Templo antiguo con dedicatoria al papa Pío VI, de Francesco Piranesi
La encina muerta resiste el temporal,
pero éste abate con estrépito a la sana,
porque puede hacer presa en su ramaje.
Heinrich von Kleist [1]
En 2013, la artista e investigadora Kylie Budge distinguió al menos «cinco beneficios»[2] durante sus tanteos con los blogs, Twitter e Instagram: una dimensión social añadida, un nuevo y mayor grado de estimulación visual, la ampliación de la comprensión de los procesos de trabajo de los artistas (que se ratifican como plurales y diversos), una mayor facilidad para entablar relaciones y organizar colaboraciones entre artistas y, como resultado de estos cuatro beneficios, una alta motivación. En su paper de 2013, Budge sostuvo la noción de virtual studio[3] (taller virtual) para referirse a las redes sociales que utilizaba para vincularse a otros artistas y difundir imágenes e información de su trabajo, generalmente relacionado con la estampación[4]. Después de más de diez años, la idea de virtual studio exige una profunda reevaluación que integre los cambios que han experimentado tanto las redes sociales (que han ido sumando herramientas y lógicas algorítmicas como reels, stories o publicidad) como las dinámicas sociales y comunicativas que tienen lugar en ellas (nuevas estructuraciones de los memes, refinamiento de la ironía, auge de bots…).
A pesar de los más de diez años de violenta transformación de las redes sociales, el optimismo de Budge mantendrá su vigencia mientras la mantengan a su vez la difusión y la divulgación del trabajo artístico enfocadas desde la comunicación transparente, enunciativa y directa. Puede parecer una obviedad, pero cada detalle que se presente sobre el trabajo artístico condicionará la percepción del mismo, lo que pone a los trabajadores artísticos a reflexionar sobre la idoneidad de las estrategias de difusión del trabajo. Los interesados en la autonomía y la agencia de la imagen optan por el silencio o por textos que adquieran valor tensor, complementario, al cuidado de su poética. La relación imagen-texto por la que los trabajadores artísticos opten deberá ser tan coherente con los fundamentos de la práctica artística como compatible con las necesidades propias y con el hecho de que las personas a las que se dirige son algo inciertas.
De hecho, los últimos diez años han ido erosionado convenciones comunicativas más propias de los catálogos que se proyectaban ingenuamente en las redes. Junto con nuevos enfoques de divulgación de la práctica artística previa viene la pregunta de si es pertinente darla conocer en redes sociales en modo alguno, frente a la posibilidad de hacer práctica artística de los perfiles en redes sociales, comenzando así un nuevo proyecto de investigación que toque lo que les toca: su conectividad, su accesibilidad, sus ritmos, sus tiempos, su naturaleza eléctrica y liviana o sus condicionantes visuales. El artista deberá decidir si convierte su perfil en un diario de trabajo, en un archivo personal o de sus referencias, en un nuevo ámbito de investigación artística, en un perfil silencioso y desconectado de todo lo relativo al trabajo, un perfil con alto volumen de contenido político o un poco de todo, según sople la necesidad.
Durante sus elucubraciones, el artista deberá recordar al menos dos cosas: que, como sea, va a participar en un circuito de tráfico de datos y proporcionará información sobre el flujo de su atención y su actividad; y que todo cuanto deposite en redes sociales será inmediatamente percibido como capital.
El artista en la red social está sostenido sobre la fantasía de que los ítems que vuelque en su perfil (los fragmentos del trabajo, las sobras, las confesiones fotográficas, las demostraciones de capital social disimuladas de agradecimiento o la espontaneidad manufacturada) serán experimentados como bordes del mensaje más íntimo y hondo de su corazón, dado que la red social firma compromisos de acceso inmediato entre los usuarios, y el artista puede presentar selectivamente los resultados más limpios y pertinentes de su trabajo. El sujeto sostendrá la convicción de que su condición moral queda retratada tanto por aquellas dinámicas tipificadas en las que se niegue a participar como por aquellas que sí maneja. Es más, las que pone de manifiesto solo son ratificaciones simbólicas de su negativa a tropezarse con las primeras. Bajo el sol de la precariedad, ofrecerá retorcidos fragmentos de su necesidad con la esperanza de que activen un escenario de apoyo, una venta, una exposición, que se escriba sobre lo que ha presentado que es capaz de hacer, una charla o una oportunidad de empleo.
Ser visto y leído a través de fragmentos en la red deberá producir, en el sentido fortalecido de la procreación. Si no, el sujeto tendrá que decirse a sí mismo que el valor de sus esfuerzos se va a expresar en el largo plazo, por acumulación. En este punto, la actividad más mundana y espontánea se verá pervertida por la búsqueda de rentabilidad, un automatismo implantado en el sujeto y enraizado hasta su conciencia del hambre, con lo que los modos de goce que derivarían de compartir los hallazgos, lo gracioso o lo feliz, se estandarizan.
Dejarse ver allí es exponerse a la constante ¿esto es lo más interesante de esta existencia?, y así será, por los motivos equivocados.
Con el paso de los meses, ese hueco que se va a agrandar en este interior, que en principio era tan bienintencionado como lo sigue siendo hoy, sólo encuentra tope en la necesidad de comer y dormir, sólo a veces; como en el croquis en aguafuerte que hizo Piranesi de los Cuatro templos antiguos de Pío VI Pontifex Maximus, en el que una masiva placa se sitúa allí donde las esculturas que están delante han perdido sus brazos, con lo que ya no pueden entorpecer la lectura de las inscripciones. La fuerza de la posibilidad de más tesoros, de más capital y de mayor eficiencia desconecta los músculos de motivos para continuar con la práctica artística y transformar lo que se recibe del mundo. No es coincidencia que el sujeto pierda hasta el hambre y el sueño de admiración hacia la magnitud de los miles de perfiles que ya han consolidado tracción. Es la fuerza de lo que existe por otros sobre la fuerza de lo que el sujeto podría hacer existir. Su autopercepción se va solapando con la descarga incesante pero errática que provoca ver todo lo que podría existir con una forma más precisa que la que uno pudiera conseguir; luego, quedarse dormido bajo la pantalla encendida; soñar con el sostén de su vida; olvidarlo en lo que despierta, y proseguir, arrojando cada vez más sombra sobre la acción.
Se da la paradoja de que el sujeto, en calidad de proveedor de mercancía para las élites extractivas —recordemos, quienes reducen a datos la actividad del sujeto en la red social—, es aniquilado por la propia dinámica que lo convirtió durante un tiempo en provechosísimo. Como se solía escuchar durante 2020 y 2021, los virus deben calibrar su eficacia para no matar al huésped del que viven. Mientras dure, el sujeto, otrora trabajador cultural y hoy no se sabe muy bien qué amorfa crisálida raptada y sangrante de levísima acción, solo da la atención —como conjunto de esfuerzos físicos de saber parar para mirar, atender, inspeccionar y pensar— que motivaban un sentido vital, un potencial de acción.
Como la dinámica parasítica de la red no recompensa ni la acción ni la administración de atención al mundo fuera de la red, este sujeto se seca.
Bibliografía:
[1] von Kleist, Heinrich. (1973). Pentesilea, El cántaro roto, El príncipe de Homburgo. Feliu Formosa (trad.). Barcelona: Labor. p. 116.
[2] Budge, Kylie. (2013). Virtual Studio Practices: Visual Artists, Social Media and Creativity. Journal of Science and Technology of the Arts, 5 (1). p. 20.
[3] íbidem, p. 16.
[4] íbidem, p. 20.
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