En el año 2005, Lisa Guerrero nos advirtió por primera vez del peligro que corría la casa que Berta y Bernard Rudofsky construyeron en Frigiliana (Málaga) durante los años setenta. Este fue el primer contacto que tuvo el Centro Guerrero con el arquitecto austriaco y que nos permitiría descubrir que Bernard Rudofsky, también diseñador de ropa y mobiliario, investigador, fotógrafo, editor, profesor y comisario de exposiciones, había construido, a escasos kilómetros de la casa que la familia Guerrero tenía también en Frigiliana, su residencia de verano, La Casa, considerada como su testimonio vital y filosófico y que constituye su única construcción en nuestro país.
Sin embargo, quizá habría que definir a Bernard Rudofsky como alguien que se situaba más allá de esas disciplinas. Más bien era un ideólogo de la habitabilidad, un pensador que estudiaba la naturaleza humana a través de esas disciplinas para darle un sentido más consecuente al modo en que el hombre se relacionaba con el medio. Para Rudofsky no había una línea que separara la escultura, la arquitectura o el paisajismo: la integración, la armonía, eran premisas ineludibles para proyectar una casa en un espacio, como lo eran también para diseñar un zapato para un pie, o una silla para una postura.
Su obra se puede entender como un amplio y heterogéneo ensayo sobre cómo vivir en el mundo. A él lo podríamos considerar un hombre renacentista del siglo XX y, como crítico implacable de una sociedad que ha sobredimensionado el yo para pervertir el legado ilustrado, un filósofo político y moral en el mejor de los sentidos.
En 2011, el papel activo que el Centro Guerrero desarrolló desde entonces para proteger “La Casa”, su residencia de verano en Frigiliana –un modelo de construcción que ponía de relieve su visión de vida- vio por fin sus frutos cuando fue declarada Bien de Interés Cultural en la categoría máxima de Monumento. El esfuerzo sirvió asimismo para entender que estábamos ante un artista poliédrico, un intelectual al margen de la cultura dominante que desplegaba una fértil creatividad guiada por la más fina de las agudezas y la más constructiva de las mordacidades. Sus trabajos en los diferentes campos que cultivó tenían una premisa común: señalar los errores de algunos de los caminos que la historia del diseño y la arquitectura había tomado en nombre de una supuesta modernidad y proponer para ellos alternativas verdaderamente modernas que a menudo se basaban en el sencillo y humilde gesto de mirar un poco más atrás en el tiempo.
Ante el descubrimiento de un trabajo tan heterodoxo como inteligente, el Centro Guerrero organizó en octubre de 2013 un seminario sobre Rudofsky en el que participaron algunos de los mejores conocedores de su obra en el mundo, y en mayo de 2014, una exposición de fotografías, dibujos, publicaciones y proyectos que dieron cuenta de sus aportaciones éticas y estéticas a la forma de vida contemporánea.
Bernard Rudofsky. Desobediencia crítica a la modernidad –un verdadero artefacto en papel- se edita ahora, cincuenta años después de que viera la luz su libro más significativo (Arquitectura sin arquitectos, 1964) para recoger las aportaciones de los especialistas invitados al seminario, mostrar una selección de las obras expuestas y convertirse en un homenaje a Rudofsky, a su mujer Berta y a Lisa Guerrero, sin la que el legado de este insumiso filósofo de la modernidad quizá nos habría pasado desapercibida.
Deja una respuesta