La enormidad del Big Data y la evidencia de que campa ya a sus anchas, soberano, desentendido de lo real (que estalla por todas partes, desatado), nos lleva al actual marasmo y explica en buen grado que el discurso dominante sea el de la imaginación distópica. Comparando la situación con la de un siglo atrás (la del mundo que desapareció con la Gran Guerra), es llamativo el cambio de signo. Hasta el punto de que, según acaba de anotar Vargas Llosa a propósito de las series de ficción televisiva, hoy el triunfo de los “buenos” es tan inverosímil como antes era el contrario. En su día ya advertimos que el David Lynch más transgresor no es el que consolida su imagen de marca (perfectamente asumida), sino el de El hombre elefante, que inesperadamente retornó con Una historia verdadera. Por lo mismo que hace poco Alberto Olmos ha señalado que lo auténticamente punk en esta década es Marilynne Robinson: «No hay ni una gota de maldad en las 600 páginas que llevo leídas de esta escritora -a falta de Lila. Es todo trascendencia, gracia, bien, dios, Dios, tratar de salvarse, tratar de salvar a los demás en nuestra conciencia. Siglo XXI, recuerdo. Novelas publicadas hace unos pocos años. Si formalmente no encontramos en ellas nada que no hayamos visto en Flaubert o Luz de agosto, temáticamente es lo más rompedor del momento ponerse a escribir sobre comunidades presbiterianas y congregacionalistas -wikipedia para más info- en plena postmodernidad».
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