Presentamos el guión del documental que se ha estado exhibiendo en el Palacio de Carlos V y en las salas del Centro Guerrero con motivo de la exposición «José Guerrero. The presence of black. 1950-1966».
José Guerrero. Los años americanos. 1950-1965
«Cuando pinto me siento como un luchador en resistencia, buscando liberar mis intuiciones y emociones con total control. Pintar abre ventanas y puertas que dan a un camino donde hay luz y aire y agua, sin límites ni fin».
(De selección de escritos de Guerrero)
¿Qué hace un granadino dela Plazade losLobos nacido en 1914 pintando cuadros expresionistas en Manhattan a mediados de los cincuenta?
No está aquí por casualidad. Se ha pasado dos décadas buscando por el mundo su propia pintura. Hace unos años la encontró en esta ciudad.
Desde entonces expone en la galería de Rothko, Pollock, Kline, De Kooning, Motherwell. Ahora los pintores más importantes de Norteamérica son colegas de profesión, amigos. Con ellos bebe y discute de pintura en las tertulias informales que se celebran en The Club o en el Cedar Tavern de la gran manzana.
En su juventud, Guerrero sabía que para hallar algo, Granada era demasiado pequeña y Madrid, trasla GuerraCivil, un desierto. Buscó becas, viajó por Europa. En París, cuando aún estaban aparcados los tanques de la reciente guerra mundial, encontró un sitio donde aprender a mirar. Allí contempló por primera vez cuadros de Picasso, de Gris, de Miró.
Pero Europa, como España, era otro siglo. Un siglo detenido por el dolor, desahuciado por la muerte, un limbo poblado de cadáveres. Un lugar para dejar atrás. Después de casarse con la periodista Roxane Whittier Pollock, el pintor decidió viajar con ella a su país, los Estados Unidos.
«Yo me fui voluntariamente. Nunca fui un hombre perseguido. A mí lo que me interesaba era ir adonde estuviera el arte de mi tiempo».
(De Selección de escritos de Guerrero)
El matrimonio llegó a Nueva York en1949 abordo de un buque. Tras catorce días de viaje, los enormes edificios comenzaron a perfilarse entre la bruma como la metáfora de una respuesta que se oye pero que no se comprende del todo.
Mientras que Europa se reconstruía tras una guerra que la había dejado moral y físicamente destruida, Estados Unidos, que apenas había sufrido daños en su territorio, toma el relevo. El rápido desarrollo industrial permitió al país resurgir de sus cenizas tocado de optimismo, ávido por renovar su cultura.
El bebop sonaba en los pequeños clubs, las calles se poblaban de hamburgueserías frecuentadas por jóvenes rebeldes y el rock & roll estaba a punto de crear los himnos que conformarían la identidad de la nueva generación.
En la pantalla triunfaba el cine negro con producciones que enseñaban al país cómo podía doblegarse un pasado oscuro a través de personajes que parecían encarnar la propia patria.
Acababa de nacer la clase media y la sociedad de consumo. El televisor, garante de su conservación, se convertía en un elemento indispensable en los hogares de toda Norteamérica.
El pintor se encontraba en un momento decisivo de su vida. Quizá esa convicción le impulsó a realizar el último de sus cuadros figurativos, un autorretrato. Con un estilo que recuerda al de Derain y Matisse, el lienzo es un fiel reflejo de la transición que está experimentando el artista.
Sus recurrentes dudas contrastan, tanto en su vida como en su pintura, con su tremenda osadía. Guerrero fue, básicamente, un hombre alegre que cargaba en su interior con un poso indescifrable. Una contradicción perenne parecía habitarle, quizá para dar un sentido al oficio de la búsqueda. Populares y vanguardistas, andaluces y neoyorkinas, sus obras están sesgadas por elementos que participan de una visión alegre y a la vez trágica de la vida.
Guerrero comenzó poco a poco a abordar sus primeras obras genuinamente abstractas. Experimentó con la pintura mural, creando formas muy simples con colores puros y utilizando los mismos materiales que la arquitectura contemporánea. Y aprendió las técnicas de grabado en el prestigioso Atelier 17 dirigido por Stanley William Hayter. Allí experimentó y se despojó de algunos yugos de la tradición y del cubismo. Allí empezó a cambiar algo.
Sin embargo, será el expresionismo abstracto de La escuela de Nueva York el verdadero revulsivo que hará que su obra empiece a ser su obra. Se trataba de una pintura heredera del surrealismo, pero radicalmente nueva, que defendía la pulsión individual frente a la masa. En el marco de un nuevo humanismo iniciado por las vanguardias y rescatado por el existencialismo de Sartre, empezaba a emerger un nuevo yo en busca de la verdadera identidad moderna de posguerra.
«Si usted me preguntara qué es lo que se me concedió en los Estados Unidos, yo contestaría: libertad (…) La libertad ha sido siempre para mí disciplina. Ha sido desechar todo lo mejor que he visto. Cuando yo veía que podía caer en la tentación de hacer un cuadro que se parecía al de otro, rompía el cuadro».[i]
Entrevista a José Guerrero, Televisión Española, 1968, min. 9:12 -10:20.
La necesidad de dar voz a la angustia individual tras la gran depresión que desencadenó la crisis del 29 yla SegundaGuerraMundial se tradujo en obras donde el proceso cobraba más importancia que el resultado, donde se cedía la palabra al discurso inconsciente y donde el óleo se extendía sobre el lienzo con energía, espontaneidad y azar.
El pintor Barnett Newman repite un mantra en sus primeros ensayos que define a la perfección el momento histórico: «Después de la monstruosidad de la guerra, ¿qué hacemos? ¿Qué hay que pintar? Tenemos que empezar de nuevo».[1]
Los artistas estadounidenses parecían saber eso que el pintor intuía desde el otro lado del Atlántico: para superar la desolación era necesario dar voz a la propia desolación. Ahí se reconoció. En el movimiento. En la acción. En la pintura que, partiendo de sus propias influencias, hallaba en el expresionismo el modo de dar forma a una abstracción: la de las emociones.
Lo que unía a autores tan distintos bajo la etiqueta del expresionismo abstracto era fundamentalmente el deseo de alcanzar su singularidad, un anhelo por conseguir el gesto autográfico, el inimitable hilo de pintura a modo de firma que trasladaría las sensaciones y emociones privadas directamente al campo material del lienzo.
«La escuela de Nueva York, the Action painting, me pareció una escuela de una potencia tan enorme, aquellos eran hombres de una claridad… que fue como un martillazo para mí. Y le dije a mi mujer: me va a costar cinco años en levantar cabeza».
De Entrevista a José Guerrero, Televisión Española, 1968, min. 06:50-07:10
Betty Parsons se convence de las posibilidades de Guerrero como pintor abstracto e inauguró su primera exposición individual de pintura en los Estados Unidos. Era el año 1954. Críticos del Herald Tribune y del New York Times se hicieron eco del enérgico y misterioso trabajo del español, y su nombre empezó a sonar como uno de los más destacados entre los expresionistas abstractos de la segunda generación.
Durante los años que siguieron, las primeras evocaciones biomórficas se deshacen para representar la pura energía. En su exposición de 1958, «The presence of black», el pintor reivindica el negro como algo propio y como parte de una España en carne viva. Guerrero se convierte a estas alturas en un pintor auténticamente expresionista.
La segunda mitad de la década será fértil para el pintor, que se ha integrado por completo en la escena artística americana. Se le conceden becas y sus cuadros empiezan a ser atractivos a los ojos de las instituciones más importantes. El director del Guggenheim, James Johnson Sweeny, adquiere para la inauguración de su museo el cuadro Signs and Portents.
«Cuando se inauguró el Guggenheim en mayo 1959,[2] un cuadro mío estaba entre Miró y Picasso. Así es que pertenezco al mundo del arte, no pretendo solamente ser español o americano y más que nada quiero ser un hombre, cosa que me está costando mucho trabajo, después quiero ser pintor y más que nada no quiero tener fronteras».
De Selección de escritos de Guerrero
A pesar de encontrarse en un punto álgido de su carrera, el pintor sufre una profunda depresión y se refugia en el psicoanálisis. Los cuatro años de terapia le ayudan a superar su angustia. Sin embargo, lo que le rodea también ha empezado a cambiar. El arte pop gana terreno en Estados Unidos desde principios de la década de los sesenta y Nueva York, para muchos expresionistas, se convierte la gran meca de la publicidad y la reproducción. Guerrero decide volver a España.
Es significativo que lo primero que hiciera Guerrero al llegar a España fuera visitar Víznar, el escenario de la violenta muerte de Lorca. Y que poco después iniciara una de sus series más importantes, La brecha de Víznar. Unos cuadros que serán el final perfecto para su periodo americano, pues escribirá en ellos el epitafio del poeta que había definido Nueva York como la gran desembocadura del mundo. Una desembocadura que a Guerrero, como al poeta, llevará de vuelta a un lugar mucho más pequeño y más sencillo para terminar de dar forma a una vida que se entiende como búsqueda: su origen.
Con los años Guerrero se convertirá en una de las influencias más importantes para la pintura española de la segunda mitad de siglo.
«Pensándolo bien, ni en España ni en América estuve en el centro del movimiento llamado Expresionista ni en el que se llamó Informalismo del Arte Español […] Del mismo modo que estuve desplazado en Estados Unidos por llegar con una información europea algo retrasada, lo estuve después en España. Pero precisamente por eso ahora estoy en el centro de los dos sitios. Mucho más preparado y más fuerte, sin tenerme que arrepentir de haber vivido mi pasado».
(De Selección escritos Guerrero)
[1] AAVV : arte desde 1900. el arte a mediados de siglo, mesa redonda, pág 321.
[2] En realidad se está refiriendo a la inauguración del la colección del Guggenheim en el nuevo edificio diseñado por Frank Lloyd Wright que tuvo lugar en octubre de 1959 y en la que su cuadro, Signs and Portents, aparecía junto a una obra de Joan Miró.
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