Con motivo de la visita de Rafael Argullol al Centro Guerrero el 15 de mayo de 2017, y tomando como punto de partida su concepto de transversalidad, presentamos una serie de textos en el blog con el nombre de uno de sus últimos libros, Archipiélago (Subsuelo, 2015). En Archipiélago, cincuenta autores del mundo de la cultura elegían un fragmento de la obra de Argullol, un fragmento de la obra de otro autor y una imagen que definieran, de una u otra forma, al pensador catalán. Con esta voluntad de indagación, entre el azar y el destino, presentamos nuestra versión transversal de Archipiélago, donde un texto de un escritor y una obra de José Guerrero, como islas con un origen geológico común, ocuparán un mismo espacio para generar un diálogo, expulsarse, acercarse, fundirse o comprenderse mutuamente.
Care Santos (Mataró, 1970). Premio Nadal 2017 por su novela Media vida. Es autora de diez novelas y seis libros de relatos, así como de una amplia obra destinada a jóvenes y niños. Entre sus títulos, traducidos a 23 idiomas, destacan Habitaciones cerradas (Planeta, 2011), adaptada a la televisión y estrenada en TVE en 2014; Deseo de chocolate (Premio Ramon Llull 2014) y El aire que respiras (Planeta, 2013). También ejerce la crítica literaria y colabora en diversos medios de comunicación. Santos ha elegido la obra de Guerrero Azul añil y un fragmento de su novela Diamante azul (Destino 2014).
Azul añil, 1989
El reloj de pared, ese viejo cacharro, marca un tictac tan pesado como la respiración del hombre. Ambos están al borde de la muerte, aunque el final de las máquinas siempre es menos trágico.
—Si hubieras sido un varón, Teresa… —dice él y hace una pausa, tal vez para poder soñar con la hipótesis un instante y luego dejarla ir—. ¡Estás más guapa que nunca, hija!
Los colores alegres del vestido de verano de Teresa son una nota discordante en esta escena oscura.
—No se agote, padre. Cierre un poco los ojos.
Florián Pujolà obedece a su hija. En la claridad lejana reconoce el canto de los pájaros. El más hermoso, el de su diamante azul, tan deslumbrante, tan extraño. Aparece en el centro de la memoria. Cuántas horas de su vida ha pasado mirándolo.
El tintorero repara en que su vida ha sido, sobre todo, azul. El vivo azul añil que flotaba en las tinas de su próspero negocio. Un color lejano, exótico, que las gentes sencillas no siempre podían comprender. No todo el mundo está dispuesto a aceptar que tiene derecho a la belleza. La vida azul, eso es. Se alegra del descubrimiento. Le hace sonreír. El último instante de placidez también será azul. Azul claro y transparente como sus pupilas. Las que ve frente a su rostro, las de su padre, las de todos aquellos antepasados que —como todos— venían de lejos. Una herencia familiar transformada en la mirada ahora sombría de su Teresa.
—¿Por qué está todo tan oscuro? Qué tristeza —Teresa se levanta y abre las contraventanas una por una.
Tiemblan las llamas de los cirios diseminados por la habitación.
La pajarera del patio está casi vacía. Ahora solo cobija un ejemplar: el diamante azul.
—¿Y los pájaros? —pregunta Teresa.
María, la hermana pequeña, se apresura a responder:
—Padre los dejó ir. Abrió la puerta y se quedó mirando cómo huían volando.
—Fue lo último que hizo antes de meterse en la cama —añade Dolores, que parece muy afectada—. Para morir.
Care Santos [Fragmento de la novela Diamante azul (editorial Destino, 2015)]
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