Cartas a André Breton, Antonin Artaud. José J. de Olañeta, Editor, 2012, 100 páginas.
Yo soy Antonin Artaud, soy Satán, y también soy Dios.
¿Quién era Antonin Artaud? ¿El autor, en palabras de Breton, de una obra hiperlúcida? ¿Un esquizofrénico?
Quizá podamos verle como el primer filósofo del cuerpo, o como el hombre con más deseo de libertad de la historia de la cultura occidental. O quizá como el único auténticamente anti burgués de sus colegas surrealistas, el único consecuente: el único que se atrevió a unir el arte y la vida, sin paliativos, sin miedos, sin dudas. Y asumir las consecuencias de tal valentía.
Antonin Artaud se unió al Surrealismo, dirigió la Oficina de Investigaciones Surrealistas que publicaba la revista La Révolution Surréaliste, urdió su gran ensayo sobre el teatro de la crueldad, colaboró en guiones de cine, fue actor en más de veinte películas (entre ellas, en La pasión de Juana de Arco, de C. T. Dreyer), viajó a México casi sin dinero, se aficionó al peyote.
Fue expulsado del movimiento de Breton por discrepancias políticas y trabajó como actor en alrededor de veinte películas. En 1937 viajó a Bruselas para dar una conferencia que comenzó con estas palabras: «Como he perdido mis notas voy a hablar de los efectos de la masturbación entre los padres jesuitas». Tres meses más tarde viajó a Kilronan, una ciudad irlandesa, para buscar sus raíces druídicas, pero fue detenido tras protagonizar una gran pelea por la que acabó luciendo una camisa de fuerza en el propio barco.
En enero de 1947 alcanzó a hacer una representación en la sala del Vieux Colombier, pero tras «bramar sobre un escenario eructos de odio, cólicos y gastralgias casi hasta el síncope» tuvo que ser internado en la clínica de Ivry-sur-Seine.
Esta carta que reproducimos es una de las cinco que le escribió a André Breton desde el sanatorio los días que siguieron a aquella última aparición en público. En ellas, entre otras muchas reiteraciones, reitera su rechazo a la reacción de Breton por su comportamiento en Vieux Colombier y su negativa a la invitación que este y Duchamp le hicieron para participar con un texto en la Exposición Internacional del Surrealismo de 1947.
En una entrevista realizada en 1959, doce años después de la escritura de la carta y once de la de su muerte, André Breton explica sus intentos de mantener el contacto con Artaud en ese último tramo de su vida. A pesar de encontrarlo consumido por la neurosis y el exceso de electroshock, Breton se afanaba en construir conversaciones amistosas y en darle la razón en casi todo, aunque en ocasiones elegía cambiar de tema. Cuando los delirios obligaban a Artaud a construir realidades paralelas, Breton decidía hablar, acto seguido, de algo diferente. Un día Artaud conminó a su amigo a que le ayudara a cerrar la boca de todos aquellos que negaban la realidad que Antonin repetía como un mantra: que él, tras ser atacado en el barco que le llevaba a Irlanda años atrás, fue socorrido por el propio Breton, y que Breton había muerto por esa causa. Breton no pudo acceder a llevarle la razón en tal afirmación y Artaud se mostró profundamente decepcionado por ello. La siguientes veces que lo vio, cuenta Breton en la entrevista, Artaud no parecía confiar en él, notaba en sus ojos la sombra de una implacable desolación.
El 4 de marzo de 1948, el jardinero, al llevarle su desayuno como todas las mañanas, encontró el cadáver de Artaud sentado en la cama. Pocos días atrás había afirmado que al morir su cuerpo debía estallar en mil pedazos.
Ivry, 23 abril, 1947
Querido André Breton:
No le he contestado antes porque estoy enfermo y ya no puedo más.
Hace algunas semanas tuve un ataque extraño, una especie de monstruosa hinchazón de toda la cabeza seguida por 48 horas de coma.
Coma
paralización de las facultades, de las percepciones, de todo el engranaje de la mecánica sensible de un cuerpo que continúa viéndose allí pero que no siente nada de sí mismo: huesos, músculos, nervios;
ir, venir; – tenerse en pie era como estar emparedado en vida con un cuerpo a cien kilómetros, más inaccesible, y más pesado que el Himalaya.
Usted me reprochó una sesión de teatro que no fue tal y no me pareció injusto, vi en ello algo peor, dado que en realidad después de la sesión del Vieux-Colombier era de esperar que no tardarían en volver a decirme que yo seguía siendo un hombre de teatro por el solo hecho de aparecer sobre un escenario, cuando yo no creo que el escenario de Vieux-Colombier ni cualquier otro escenario teatral haya visto jamás lo que yo mostré allí e hice escuchar aquella tarde;
tanto más cuanto se añadió a ello el hecho de que todo el mundo pudo constatar y pudo verse al supuesto conferenciante que en absoluto llegué a ser,
en todo caso el supuesto hombre de teatro
renunciar a su espectáculo, recoger las cosas y largarse; dado que efectivamente me di cuenta de que ya bastaba de palabras, ya bastaba de rugidos inclusive, y lo que se necesitaba eran bombas
y no las tenía en las manos ni en los bolsillos;
usted me ha pedido un texto para una manifestación de arte;
excúseme
pero no puedo considerar de otro modo esta exposición del Surrealismo Internacional que se realizará en una galería capitalista (que dispone de grandes capitales procedentes de una banca comunista) y donde se venden siempre a precios muy elevadas telas de pintores surrealistas con talento y OTRAS;
André Breton, hace casi 30 años que usted me conoce, no quiero escribir para un catálogo que será leído por esnobs, hecho para esnobs, ricos aficionados al arte, en una galería donde no se verán obreros ni gentes del pueblo porque trabajan durante el día;
pero no se trata de esto.
Yo Antonin Artaud, no quiero proceder contra usted en un momento en que todos lo hacen, pero déjeme hablarle no con mi corazón, que ya no lo tengo, sino con mi carne manchada y profanada por todos,
en su proyecto hay una especie de sumisión a los ritos iniciáticos que son los que yo abomino más en el mundo.
Es mediante lo oculto subyacente como el hombre a lo largo de los tiempos ha sido mantenido entre rejas, y no acabamos de reencontrar las libertades elementales que son las que más necesitamos–
hace 50 años que estoy prisionero de lo oculto, y hace 10 años que lo sé,
y esta es mi desgracia. –
La magia en la hora actual, André Breton, no es cosa de uno solo sino de todos,
todo el mundo la hace y lo oculta,
y la más crapulosa,
y nadie lo dice,
y así es como usted, yo, algunos otros,
jadeamos
siniestramente prisioneros.
Cese esta mascarada que oculta ríos de polución infernal y de sanies.
Es por magia como las abominables instituciones que nos aprietan:
patria, familia, sociedad, espíritu, conceptos, percepciones, sensaciones, afectos, corazón, alma,
ciencia,
ley, justicia, derecho, religión, nociones, Verbo, lenguaje ,
son mantenidas, dado que en realidad desaparecen, no corresponden a nada real.
La realidad humorística de los poetas, que las circunstancias mismas hicieron virar hacia las tinieblas,
se mofa
bajo este grotesco pastel de queso podrido de ratas por todas partes.
Pero esto no basta.
El Vodú que le han mostrado, como los ritos hindúes que yo vi, no son más que una fachada que ahora ya no puede ocultar la lúgubre realidad que también yo vi como se afirmaba en todas partes y que es que hombres, hombres señalados en determinados puntos de este siniestro globo, mantienen al hombre actual en su vieja argolla caduca empezando por su anatomía actual y mientras no cambie la anatomía del hombre actual,
¡¡y, mientras no cambie la anatomía del hombre actual, no se habrá hecho nada ni para la poesía ni para ninguna especie real
y CORPORAL
DE LIBERTAD!!
Pero para poner remedio a esto, André Breton, hace falta una guerra,
una verdadera guerra
con armas, municiones y hombres dispuestos a todo.
Cuando volví de Rodez usted me dijo:
he aquí una bellísima historia nervaliana.
Voy a decirle unas cosa:
Gèrard de Nerval sabía y decía las mismas cosas que yo.
Le enviaron emisarios que le golpearon en 2 o 3 puntos conocidos por los hermetistas de la columna vertebral,
después de lo cual nunca más pudo creer en lo que decía, y dio a esto el nombre de historias supranaturalistas, habiéndose desvanecido de su pensamiento lo esencial de sus revelaciones.
También a mí me rompieron en dos la columna vertebral en Dublín –
pero persisto en afirmar las mismas cosas. Entre el mal y yo veremos de quién será la razón.
Suyo,
Antonin Artaud
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