Una diferencia es que donde DeLillo, veinteañero en los sesenta, ante la naturaleza ilusoria de la belleza está más cerca de los que hablan y hablan (como, a su modo, Pynchon), Cuenca Sandoval, que nació en los setenta, propugna el silencio. Las voces de su novela se reclaman deudoras del verano del Odio, no del amor. «Lo que nos diferencia del 68 es que ellos hablaban y hablaban y hablaban. Nosotros queremos que todas las voces se callen de una maldita vez. Los cortes en la piel sirven para eso, para detener el flujo de la conciencia, la hemorragia de los pensamientos.» Eso explica la glosa de la noche en la que Daniel Darc se cortó las venas en el escenario: «ese brindis, irracional y definitivo, nos envía un mensaje tan denso y tan rico en significantes que no admite la menor réplica. Hay formas de comprensión que te vuelven deslenguada, que te mueven a inundar a los demás con una hemorragia de ideas, y hay formas de comprensión que te dejan muda, porque llega hasta el fondo de lo que puede y no puede decirse. Y el gesto bizarro de Daniel Darc en el escenario, cantando hasta el desmayo con sus brazos embadurnados de sangre, pertenece a ese tipo de imágenes investidas con el poder de fascinar y de repeler al mismo tiempo».
Deja una respuesta