Tras concluir la Villa Saboya, Le Corbusier se refería cómo aquella casa, ejemplo de una máquina contemporánea de habitar, se posaba sobre la pradera a modo deovni. Un objeto extraño desde el que divisar el campo que, como en un film de Eisenstein, cineasta a quien el arquitecto admiraba, se mostraba al morador en secuencias que se descubrían en un paseo arquitectónico variado y fragmentado. El montaje de las vistas llevaba a concebir una arquitectura como pantalla, mostrando en la distancia el paisaje.
Existe otro tipo de casa para ver caminando, pero no ya desde la comodidad del paseo burgués, sino pateando con el calzado que su mismo arquitecto, Bernard Rudofsky, introdujo en Estados Unidos, la sandalia. La Casa, como la llamaba el teórico, diseñador y arquitecto austríaco, de Frigiliana (Málaga) ha sido una de las batallas de este blog y del Centro Guerrero, iniciando junto a otros centros internacionales, como el MAK de Viena, un proceso de recogida de firmas y concienciación que ha concluido en la gran noticia de que, tras más de treinta años, la Junta de Andalucía la ha declarado Bien de Interés Cultural.
La Casa es un edificio manifiesto, un estudio de las particularidades y variables del habitar, de las transformaciones y especificidades de la cultura mediterránea que, concebida en 1970, se convierte en una de las más sólidas contestaciones vernaculares al internacionalismo del Movimiento Moderno en su momento más ortodoxo. En esta misma casa, dos trasterrados compartían historias de extranjeros, el austríaco que ideó la exposición y el libro arquitectura sin arquitectos en el MoMA (1964) y el granadino que exhibía con Betty Parsons y solía frecuentar el Cedar Tavern junto a sus amigos Franz Kline y Robert Motherwell. La Casa de Rudofsky es la historia del encuentro entre paisaje y una modernidad crítica y revisionista, pero también la historia de una serie de afinidades y cercanías tejidas en torno a ésta que aún están por contar, como la de Bernard Rudofsky y José Guerrero.
Ya sabemos que por fin podrán contarse y que, como la vida en la casa, tendrá que ser andando, sorteando y tocando un paisaje que deja de ser pantalla para convertirse en territorio.
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