Hace siete años me despedía del arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas, en este mismo espacio, recordando una de las aseveraciones que tan bien ayudaron a definirlo personal y profesionalmente: «siempre hay que dar… siempre». Esta sencilla muestra de la importancia capital que la generosidad tuvo en la vida y la obra del arquitecto no ha dejado de estar presente en todos los que de alguna manera lo acompañamos, seguimos o aprendimos de él. Siete años después de su fallecimiento, la figura de Jiménez Torrecillas no ha hecho más que crecer, y su legado construido y escrito sigue educando a una generación de arquitectos.
A propósito de su proyecto para el Centro Guerrero, Jiménez Torrecillas escribió: «Granada es fundamentalmente un paisaje. Negar una perspectiva en Granada es tan grave como demoler cualquiera de sus principales monumentos. He aquí una oportunidad nueva, un mirador más en una ciudad de miradores». Que Granada es una ciudad de miradores es algo bien sabido, basta solamente con pasear activamente por sus calles. Sin embargo, la cualidad paisajística de la ciudad nunca había quedado tan clara y concisamente definida como en esta frase de Jiménez Torrecillas. Su primera obra de envergadura tomaba precisamente esta reflexión como punto de partida y leitmotiv. Tras los siete años de ausencia del arquitecto seguimos asomándonos al mirador del Centro José Guerrero para admirar con asombrosa precisión la relación que se establece entre la discreta pieza patrimonial del Edificio Patria, convertida en un impecable museo, y la presencia rotunda e impresionante de los muros, agujas y tejados del conjunto catedralicio. Una conjunción de estilos y tiempos que, a su forma, recuerdan la propia integración de la vanguardia en la tradición presente en la obra del pintor José Guerrero
¿Qué ha ocurrido en estos siete años? Numerosos encuentros, publicaciones, seminarios y proyectos de investigación académica han venido a continuar con otra de las máximas del arquitecto: «Herencia, evolución…: transmisión. El verdadero valor no está tanto en lo que generosamente hemos heredado, como en aquello que generosamente debemos aportar». Una idea según la cual todos formamos parte de una cadena de transmisión de conocimiento donde siempre actuamos subidos a los hombros de los que nos precedieron. Si hay que destacar en este tiempo una publicación fundamental acerca de la figura del arquitecto, me atrevería a señalar el libro Centro José Guerrero. Un mirador en una ciudad de miradores. (Diputación de Granada, 2020), donde se disecciona la historia del centro desde un punto de vista arquitectónico. Y también, sin duda, es preciso nombrar a la revista Márgenes Arquitectura que, en la conmemoración del séptimo aniversario de su fallecimiento, reedita en formato digital el monográfico dedicado a Jiménez Torrecillas, agotado en sus ediciones en papel, en el que se recogen las cinco obras de madurez del arquitecto y todos sus textos. Ambas publicaciones son, para aquellos que se acercan por primera vez a la obra y la ideología de este creador, una llave de inestimable valor para adentrarse en el conocimiento de su figura.
También en estos siete años su obra póstuma, la estación de Alcázar Genil, se ha consolidado en el imaginario de los granadinos como uno de sus espacios de referencia. Una actuación imponente que aparece, al mismo tiempo, como una suerte de catedral del siglo XXI, una cueva primordial y un vanguardista proyecto de infraestructuras. En ella, la luz permite un diálogo franco y directo entre los materiales desnudos, la huella ingenieril, real y cruda, y los restos arqueológicos de un recuperado albercón de época nazarí. Este proyecto final, sin pretenderlo, se ha convertido en estos siete años en un manifiesto tanto de la obra de Jiménez Torrecillas como de la propia esencia arquitectónica de la ciudad puesto que, en la estación, la tan discutida relación entre tradición y modernidad, se produce de una manera tan aparentemente sencilla y natural que hace que su valor arquitectónico resulte inagotable.
Pasados estos siete años, pareciera también que Antonio Jiménez Torrecillas nos ofrece a todos nosotros ocupar nuestro lugar en la creación de la ciudad. Sin olvidar a los que nos precedieron. Con el hermoso compromiso de intentar, al menos, continuar a la altura de nuestro patrimonio. Con la firme resolución de que queda aún mucho por aportar.
Intenciones que, sin duda, forman parte también del ideario y el marco de actuación del propio Centro Guerrero.
José Miguel Gómez Acosta
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