En el artículo Usos de la imagen, límites de la imagen, incluido en Desacuerdos 4, Marcelo Expósito y Gabriel Villota se referían a que la cartografía del vídeo debía ser ecléctica y fragmentaria. Un cruce de caminos, explicaban, en el que las neovanguardias, la teoría de la comunicación y la nueva izquierda, entre otras muchos contextos y situaciones, debían ser necesariamente transitados.
Pese a este origen híbrido, las recientes teorías formalistas de la especificidad del medio, la atracción de un nuevo público educado en la audiovisualización cultural y la relativa facilidad de circulación en una economía de exposición han convertido al vídeo, como todos sabemos, en un medio institucionalizado más. Y lo que es peor, en un medio tan limitado como la pintura o la escultura, restringido en su capacidad para circular y crear otro tipo de público. A esta situación se refería, en el mismo número, Ignacio Estella cuando, en un artículo con el rotundo título Cuando las actitudes devienen norma, se preguntaba por qué apenas existen videotecas presenciales o virtuales en España o cómo el modelo expositivo del cubo negro había ensombrecido al del cine-fórum.
Desde entonces, a esta historia compleja de domesticación se ha añadido un nuevo actor, que bien podría contribuir a replantear la potencialidad del vídeo, retomar estos otras formas de relación públicas o, al menos, perturbar esa calma institucionalizada.
Ese actor nos es otro que la red, y un buen intento de pensar la situación del vídeo después de internet es el libro Video Vortex. Responses to YouTube, una recopilación de ensayos críticos editada por el Institute of Networks de Amsterdam, con más de una treintena de contribuciones, entre las que se cuentan las de Florian Schneider, Geert Lovink, Lev Manovich, y Thomas Elsaesser, y que puede descargarse gratuitamente desde este enlace [PDF].
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