Cuando en 1994 le ofrecieron exponer en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Isidoro Valcárcel Medina comenzó a pedir información sobre el espacio. Una cosa bastante habitual, salvo que esta vez no se trataba de metros cuadrados, ni de la altura o del número de salas, sino de la cuantificación mercantil de éste, es decir, de cuánto habían costado las exposiciones que allí se habían realizado hasta ahora. Tras la negativa de la institución a suministrar tal información, el artista varió sus planes. La programada rueda de prensa sobre la relación entre la extensión espacio-temporal y el gasto público se convirtió en una charla sobre la transparente opacidad de las instituciones museísticas.
Nueve años después, Valcárcel realizó la exposición Ir y Venir en el Centro José Guerrero, en coproducción con la Fundació Tàpies y la Dirección de Proyectos e Iniciativas Culturales de Murcia; una aparente retrospectiva, si por tal pudiéramos llamar a un único trabajo que ocupaba el espacio, modificado en las diferentes sedes. Valcárcel, quien piensa en su obra como portadoras de ideas y funciones en un momento concreto, pero sin valor en sí mismas –cosas viejas del pasado-, se negó a la idea de una retrospectiva. Sí aceptó, en cambio, la reedición de uno de sus trabajos inéditos, el delirante cálculo temporal de la suma de segundos para evitar la alteración que supone cambiar la hora dos veces al año, el libro La Rendición de la hora, además del único catálogo que recorre este arte de la fuga.
En Ir y Venir, Valcárcel presentó un archivo de índices con los temas que ha tratado, sustantivos relacionados con la concepción de la práctica artística, la organización de la vida ciudadana, el tiempo, la vida pública y, además, con lo que el artista pensaba de sus obras contrastado con lo que ahora piensa de ellas.
Este ir y venir ha sido constante en la efímera, evanescente y huidiza obra de Valcárcel. Dos etapas han caracterizado su actividad, según ha escrito Díaz Cuyás, la búsqueda de una lógica de depuración formal en pintura y, una vez lograda, la exploración del sistema
que reconoce este ejercicio de silencio como signo artístico. El cometido del arte frente a las estructuras es el de evidenciarlas, mostrarlas, darlas a conocer, ha escrito Valcárcel. El arte es ese espacio para intervenir y contar el mundo administrado de lo real, pero con la paradoja de que Valcárcel lo interroga en su misma lengua burocrática. Grabaciones, encuestas telefónicas, diccionarios, exámenes, tarjetas de identificación han sido algunas de las herramientas usadas en este cuestionamiento que ha tenido a la ciudad como lugar y al tiempo como tema. Tomar la propia ciudad para realizar sentidos y direcciones, ha escrito, desde su aspecto más visual, como las estructuras tubulares que bloquean el tránsito cotidiano en Pamplona en 1972, hasta el más institucional, cuando abrió una oficina de gestión de ideas en la galería Fúcares con horario comercial (1994) o su encuesta a los diputados fue debatida en el Parlamento español como Ley reguladora del ejercicio, disfrute y comercialización del arte.
Esta paradoja de exploraciones sin registrar de los sistemas de registro de Valcárcel ha sido nombrada (¿registrada?) Premio Nacional de Artes Plásticas 2007, aunque a buen seguro que seguirá llamando para decirnos que él sólo es un artista:
Actualizo con el link de uno de los miembros del jurado: el blog de Fernando Castro Flórez.
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