O ése es el título de la reseña crítica de Geopoéticas, publicada en ArteContexto 15 y firmada por Ignacio Estella, la reproduzco a continuación:
Al sur (del sur)
No hace mucho tiempo, en 1990, Francesc Torres realizó un vídeo con el cual se presentaba la modernidad de una España que poco después se convertiría en centro cultural y deportivo del mundo Occidental. Las imágenes mostraban una síntesis, hoy incapaces de aquella frescura, de estereotipos andaluces combinados perfectamente, todo con un atrezzo musical que iba por soleá. “El Sur del Sur” de Torres devolvía amablemente la mirada que se le suponía de antemano. El Centro José Guerrero, consciente de aquellos peligros y problemas de una mirada dirigida hacia el otro, sirve de puente hacia una práctica videográfica que problematiza tanto el sur como la reflexión acerca del lugar en un entramado político incapaz de presentarse claramente. El sur, como muy bien reflejan estos hechos, se convierte no tanto en una señalización topográfica, sino en la transitable consciencia de una alteridad cuya posición en la red artística internacional oscila del protagonismo al absoluto ninguneo.
Es un hecho que la condición poscolonial reinante en la teoría internacional ha pasado prácticamente inadvertida para la crítica en estas latitudes, lo cual parece que exposiciones como ésta intentan solventar inevitablemente. Así, la rotundidad de la animación de Hala Elkoussy, realizada a partir de entrevistas a frustrados inmigrantes en la Roma de Egipto, se nos presenta como una realidad que el medio televisivo ha convertido en desgracia rutinaria con la que la teoría en España no ha sabido hacerse atendiendo a las peculiaridades del lugar. Obviamente nadie sabe qué nos espera de una política de la representación en la que los representados carecen de lugar de la enunciación. En este sentido, la exposición, comisariada por Chema González, intenta cubrir este espacio de la representabilidad con proyectos videográficos tan sugerentes como los de Apichatpong Weerasethakul y Christelle Lheureux, que cuenta con la participación de niños supervivientes del Tsunami de 2004, o el de Fikret Atay, que crudamente y sin grandes aspavientos visuales nos presenta el folklore kurdo de Turquía, o la ironía de la traducción en Bani Abidi.
La mayoría de las obras de la exposición, que parece desarrollar una cartografía relacional de la imagen en el poscolonialismo, establecen una relación con el lugar sobre el que es
imposible marcar una distancia. Un lugar donde la urdimbre de la identidad y la diferencia quedan escenificadas en ambientes extrañados, como en la apabullante nevada que cubre Teherán y a una mujer que extrañamente espera sin mostrar rasgos de desesperación alguna (Seifollah Samdian); o en donde el aislacionismo profiláctico se convierte en fundamento del paisaje social (Yang Fudong y sus personajes solo capaces de establecer una conversación de manera introspectiva, en un blanco y negro nostálgico a la par que distanciador). Por otro lado, la memoria es un elemento recurrente a través tanto del documento (Akram Zaatari), el museo, (Amar Kanwar) o la ficcionalización performativa realizada por los trabajadores en su propia fábrica (Chen Chieh-Jen); también incluso mostrando el complejo de culpa post-apartheid en Kentridge.
Además de valorar que la obra de varios de estos artistas son exhibidas por primera vez en el ámbito nacional, hemos de percatarnos que la exposición está coproducida por el festival Cines del Sur, haciendo gala de una relación cine-vídeo cuyos frutos esperemos continúen en el futuro.
(¡gracias Iñaki!)
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