Primer día de 10.000 Francos; y en las primeras presentaciones de bienvenida ya se han tocado temas de debate con suficiente enjundia. Tanto Manuel Borja-Villel como Yolanda Romero han abocado por una vuelta a la simplicidad, a la necesidad de repensar y reelaborar la función e identidad del museo, en un tiempo en el que la propia fundación educativa y crítica de la institución está, literalmente, en tela de jucio. Sino, véase el reciente caso de acusación de pornografía a cierto conservador francés. Manuel Borja ha plantado varias cuestiones: ¿es posible entender la relación con el público como negoción y podemos aún pensar, como Broodthaers, que tanto la universidad como el museo son los dos únicos lugares de la esfera pública burguesa donde aún es deseable y factible un verdadero pensamiento crítico? El museo, tal como demuestran sin ir más lejos bastantes de estos proyectos, se sigue concibiendo como un espacio para la mirada, no para el contenido ni para el debate.
La intervención de Carmen Calvo ha planteado varias cuestiones desde la perspectiva del político al que, a diferencia del gestor cultural, sí le importan unas cifras de visitantes trasladables no sólo a votos, sino a un servicio, bien y derecho público. Para Carmen Calvo, si los museos son públicos, su gestión debe estar sometida a la misma regulación que cualquier otra institución. Dicho de otro modo, los artistas son libres en la creación, pero no la presentación ni elección de contenidos porque, cito, ni el político se equivoca siempre, ni en el gestor acierta siempre. La gestión, al contrario que la creación plástica, no debe ser libre, en el sentido de exenta de cierta responsabilidad social (el cual es un término tan laxo cuya interpretación podría ocasionar numerosas contradicciones) . Las instituciones han de mostrar aún una función pública y social y la manera de llevarlo a cabo es desarrollando, cito de nuevo, un impulso hacia una cultura verderamente masiva y popular. Con ello, Carmen Calvo no se refería a un proceso de degradación o desnivelación, sino a la necesidad de buscar el acomodo del arte contemporáneo y las instituciones para su exhibición y producción en una cultura amplia, democrática y de masas. Una tarea que sí implica, sin embargo, que pudiera existir cierta nivelación de contenidos si tenemos en cuenta tanto el desequilibrio entre la exigente densidad teórica del arte actual y la escasa preparación del público mayoritario.
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