En el debate público acerca de la memoria histórica se mantiene una tensión irresuelta acerca de quiénes son las víctimas, de qué bando, cuáles necesitan ser resarcidas y cuáles se han cobrado las molestias con años de dictadura a su favor.
Hace unos días apareció en El País un breve reportaje en que se desvelaba que Franco había «inventado» la memoria histórica con un programa de exhumaciones, pensiones a familiares, y un apresurado reconocimiento público por parte del sistema propagandístico del fascismo a la española. Basta, en principio, pasear por las iglesias españolas para recordarlo.
(Una pregunta de las que obsesionarían al Barthes de La Cámara Lúcida: ¿De qué se ríe el tercer soldado por la derecha?)
En las salas del Centro Guerrero permaneció expuesto en 2006 el documento que muestra que, si Franco la inventó, Basilio Martín Patino la desveló en 1971 al recuperar el NODO de esas primeras exhumaciones de víctimas del bando nacional para Canciones para después de una guerra.
Decía Godard que un travelling es una cuestión de moral… ¿y esta conversión a negativo de la imagen? Es uno de esos gestos formales que lo entroncan con Chris Marker o Alain Resnais en el que muchos vieron un intento de freno a «lo real» e insoportable a la vista. Pero pronto ese negativo se tornó en oscura referencia a la España que aún permanecía (y permanece) enterrada.
El gusto de Patino por la polisemia de la imagen y la sobrecarga de discursos en este filme-collage provocó, dicen, una apacible sonrisa nostálgica en el dictador y una pregunta inmediata del presidente Carrero Blanco: «¿Y en qué cárcel está el tal Patino?»
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