El otro día me topé por casualidad con el óleo titulado «Doble espacio», que José Guerrero pintara en 1974. La obra es prácticamente lo primero que uno se encuentra al entrar en la muestra que bajo el título El Museo portátil recoge parte de la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.
El cuadro es de gran formato, como muchos otros expuestos, y, a poco que nos acerquemos, no será raro que nos perdamos en esos dos espacios en los que se divide el plano (la bidimensionalidad del lienzo parece encerrar una profundidad inescrutable). O bien puede el visitante zambullirse en el trazo rojo que secciona horizontalmente el óleo como una daga perpetua.
Podría divagar durante párrafos, meterme en vericuetos pseudocríticos, contarte mil películas, pero, aunque me fascine la écfrasis casi tanto o más que a Ben Lerner[i], no acabo de compartir su opinión sobre lo que esta supone implícitamente: que la literatura está por encima del resto de las artes.
No creo que baste con envolver el cuadro en una nube de palabras, en un sudario de historias. No basta con hablar del momento en que Guerrero pintó el cuadro, ni del dónde, ni el cómo, ni el porqué, de si lo pintó desayunado, borracho, triste, sosegado, si en ese momento, mientras lo pintaba, se sentía frustrado o satisfecho de sí mismo.
Ya puestos también podría acometer una suerte de écfrasis visual y secuenciar la imagen, tunelarla en el hueco de la escalera del ojo o simplemente animarla por aquello de estar al día y petarlo en (las) redes sociales.
Pero, aunque me pirren todos estos circunloquios, casi más que la cosa en sí misma, como digo, no acabo de compartir la opinión de Lerner, no creo que las artes sean un deporte, una competición con vencedores y vencidos, un a-ver-quién-mea-más-lejos. Creo que un cuadro hay que mirarlo, creo que un cuadro es para plantarse delante de él, para perderse, para zambullirse.
Así que ya saben, si están o pasan por Madrid, no lo duden, no lo piensen, acérquense a Conde Duque y zambúllanse en la línea divisoria de Guerrero, piérdanse en su Doble espacio.
[i]Dice Lerner en The Polish Rider, uno de sus últimos relatos en The New Yorker:
«¿Y no es cierto que toda literatura ecfrástica, narrativa y poesía, incluso cuando dice describir o elogiar una obra de arte visual, lo que realmente está haciendo es afirmar su propia superioridad?».
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