Trata preferentemente Fontcuberta en su último ensayo, escrito con mirada sociológica, de Pragmática de la (post)fotografía, es decir, de la regulación de las distintas funciones a las que sirven los variados productos a que da lugar el dispositivo (post)fotográfico. Pero no olvida la cuestión de la naturaleza del dispositivo, las razones materiales, tecnológicas e incluso ontológicas que obligan distinguir fotografía y postfotografía. Podríamos decirlo así (pero esto lo hacemos aquí nosotros): el padre de la fotografía fue la luz, el mecanismo óptico, la física; la madre, la materia hollada (con sus fases sucesivas: el engendramiento de la imagen en la cámara oscura, el revelado de la matriz negativa, su positivado en papel, su eventual publicación), los procesos químicos, la transformación de la información genética en cuerpos singulares. En la postfotografía sigue operando el padre, pero prescinde de la madre, de la mater. Es una pena que la voz “fotología” (a la que no recurre Fontcuberta) esté tan marcada ya por otros usos, porque podría ser una alternativa a “postfotografía” (en la que está demasiado presente su pasado, por lo que no logra separarse de él aunque se trate de otra cosa ya, como no para de demostrar Fontcuberta: la “grafía” está ligada al régimen escritural y por tanto autoral). Si se hubiera postulado para bautizar este nuevo tipo de imagen, sería muy oportuno la tautología de su nombre, que sólo designa un polo: foto (luz) y logos, en efecto, remiten a lo mismo: el padre. Que, en el camino, se ha quedado sin pareja. Sin real.
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