Podría haber dicho: «quisiera apropiárselas». La realidad como artista apropiacionista. Como Sherrie Levine. Después de todo, según apunta Joan Fontcuberta en el ameno tour que es La furia de las imágenes, «Hoy, los preceptos apropiacionistas se han implantado por completo. La masificación y accesibilidad de imágenes hace que la apropiación parezca «natural», tan natural y tan extendida que queda desprovista de radicalidad crítica y de espíritu de transgresión. Es una operación espontánea que llegamos a hacer sin darnos cuenta: las imágenes están demasiado fácilmente al alcance de nuestra mano. El ecosistema icónico nos fuerza al reciclaje y al remix».
En este punto, Fontcuberta hace gala de su perspicacia y propone un brillante cambio de paradigma. La evolución de los acontecimientos ha demostrado que la acción punitiva que estaba en el origen de la operación, el robo, no es lo importante, ni lo es quién ostenta la propiedad (de las imágenes). Lo importante es «a qué contexto ha quedado desplazada, y qué nuevo sentido ha adquirido como consecuencia de ese desplazamiento». De modo que habría que sustituir el término «apropiación» por el de «adopción». Fontcuberta lo justifica en estas páginas y a partir de entonces usa una y otra vez esa palabra. Y funciona. Mejora la original. O sea, no es que la mejore porque la idea de apropiación tuvo su momento. Pero ha quedado superada en la actualidad. «La adopción, en este sentido, es la afirmación en la esfera de la familia de la superioridad de la cultura (el derecho) sobre la naturaleza (el nacimiento). El mensaje sería: «La naturaleza te ha hecho de esta forma o de la otra, pero la cultura puede transformar tu condición».»
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