El pasado día 16 de enero se inauguró en el Centro José Guerrero la exposición Monumento máquina, del fotógrafo Jorge Ribalta. Articulada en torno a tres series –el flamenco, la Alhambra y el emperador Carlos V–, la muestra, organizada por el Centro en colaboración con la Fundación Helga de Alvear, se presenta como una suerte de arqueología con la intención de hacer una relectura de nuestra historia
y de la construcción de nuestros mitos y monumentos.
Desde su nacimiento la fotografía se convirtió en un instrumento de los estados, que vieron en la nueva herramienta un aliado con el que documentar su patrimonio y afianzar su apropiación a través de la clasificación de las imágenes que producía. Sin embargo, la nueva disciplina dejó muy pronto de ser un instrumento institucional para convertirse en un utensilio del ciudadano susceptible de desarrollar cualquier visión ideológica del mundo.
Jorge Ribalta podría considerarse el ejemplo más actualizado de este cambio de paradigma: si la pulsión del poder-estado consistió en construir una identidad nacional a través de la trascendentalización del monumento, él deconstruye ese monumento para mostrarnos sus costuras y recordarnos que lo trascendente no existía sino como truco político, y lo que habitaba el interior de los mitos no era otra cosa que nosotros mismos.
Frente a la visión esencialista de un Estado que necesitaba sobredimensionarse con la creación de lo monumental (aglutinando y anulado las diferencias de los ciudadanos), Ribalta propone hacer el camino de vuelta: desentrañar la pluralidad y la heterogeneidad de los iconos identitarios que el Estado ha pretendido erigir como resumen y brindis de su propia objetivación.
El trabajo documental de Ribalta es una tesis doctoral hecha de fotografías cuyo valor se nutre del valor del resto: la saturación responde a la idea de seriación del trabajo del ciudadano moderno, lo que ayuda a que se multipliquen las relaciones entre las imágenes y se enriquezca un significado
cuya intención es mostrar su condición plural.
El título es ya en ese sentido una declaración de principios, pues nos remite, por un lado, tanto a las máquinas deseantes de Deleuze y Guattari como a su visión rizomática de la realidad y la representación, y por otro, a Máquina Hamlet de Heiner Müller, quien pone en duda la interpretación canónica de la historia al desmontar la estructura clásica de las representaciones teatrales.
Monumento máquina participa también del apunte de Jaques Derrida sobre la imposibilidad de pensar la historia como algo ajeno a la literatura, pues si cada enunciado contiene una parte de contaminación subjetiva, la historia no puede entenderse desde el pretendido determinismo de una síntesis apolínea, sino como el compendio de voces superpuestas de un coro dionisíaco.
El lugar donde se genera la mirada se sitúa donde antes se posaba: en Monumento máquina parece que son los artistas flamencos retratados, el monumento contemplado y el emperador venerado los que fotografían cuanto les rodea para dar cuenta de que, lo que estaba al margen, era en realidad lo que constituía el centro.
La inversión de la premisa será conceptual, pero tendrá una vértebra en la experiencia: quien se acerque a las salas del Centro Guerrero podrá observar directamente cientos de fotografías que observarán directamente a quien se acerque.
Centro José Guerrero
Del 16 enero al 5 abril de 2015
Martes a sábados, de 10:30 a 14 y de 16:30 a 21h.
Domingos y festivos, de 10:30 a 14h.
Cerrado lunes y domingos por la tarde
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