El topo de nariz estrellada debe su nombre a los 22 sensores que rodean su nariz. Cada uno de ellos está cubierto de miles de receptores sensoriales llamados órganos de Elmer, considerados los más sensibles del reino animal: con ellos puede llegar a detectar partículas tan diminutas como un grano de sal enterrado en un montón de arena. El topo es prácticamente ciego, pero cuando pulsa el suelo con su nariz estrellada, uno de los sensores envía a su cerebro una imagen tridimensional del terreno a la velocidad de la luz. Eso sí, para escanear el objeto, debe aplastarlo contra la materia. Es por ello que, a pesar de tener uno de los apéndices más complejos y perfeccionados para aprehender la realidad, estos no le sirvan de nada para saber que es el cosmos lo que tiene sobre su cabeza cuando sale de la tierra y olfatea el aire.
Cuando estamos ante el cuadro Topo estrellado, nuestro cerebro completa la secuencia al asumir lo que ha pasado antes y lo que va a pasar a continuación del instante que vemos, esto es, el topo saliendo de la tierra y volviéndose a hundir en ella. Esa es la narración que trazamos para la escena que representa el cuadro. Sin embargo, el lapso que resume el lienzo asume en realidad muchísimo más tiempo: unos 200 milenios de pasado y un tiempo indeterminado de futuro, pues el topo es un topo y al mismo tiempo un significante desplazado del nosotros. Lo que estamos viendo quienes nos ponemos delante de la obra —trasuntos todos del tálpido que olfatea en vano las nubes— es una encarnación de nuestra propia existencia. Lo que hace el animal es lo que lleva haciendo la humanidad 200 siglos. Nacer, tratar en vano de aprehender la realidad y volver a la tierra.
Esta es la idea que horada el cuadro que Domingo Zorrilla ha estado pintando durante 15 años y que ahora, y durante un mes, el Centro José Guerrero exhibirá en su planta baja. Si el topo es una trascripción retórica del ser humano y más bien es un tropo —disculpen la epéntesis paranomásica—, y si la escena del instante condensa la historia y la prehistoria a través de la elipsis, para Francisco Baena, director del Centro, el cuadro tendría otra dimensión alegórica, pues funcionaría asimismo como sinécdoque de esa pléyade actual de pintores figurativos andaluces afincados en Granada. A esta generación, aún sin nombre, pertenecen Domingo Zorrilla, Santiago Ydáñez, Simón Zábel, Paco Pomet, Jesús Zurita y Antonio Montalvo, razón por la que el Centro no solo ha querido celebrar los 15 años del proceso pictórico de Topo estrellado con la exposición del cuadro en sus paredes, sino que también ha invitado a sus compañeros de generación a hablar sobre Domingo y su obra en un cortometraje realizado por Antonio Miguel Arenas y que tiene al topo y al zorro (que es como Zurita llama a Zorrilla) como protagonistas. La conversación fue tan fértil que en lugar de incluirse en el corto, fue recogida aparte en un podcast que publicamos hace unos días en este blog. Transcribimos algunas de sus frases para animar a los lectores a que hagan un hueco en su agenda para visitar el cuadro y también para escuchar su contenido completo, de una hora de duración.
Fragmento de la conversación entre Francisco Baena, Santiago Ydáñez, Simón Zábel, Paco Pomet, Jesús Zurita y Antonio Montalvo a propósito de Topo estrellado, de Domingo Zorrilla
—a pesar de que a veces hay elementos diferenciados, es como si pintara huevos que son como mónadas, y en ellos se da una especie de fundido, y creo que hay una clave precisamente en su noción de límite porque esos huevos los hace coincidir con el límite de las figuras […] en ese diálogo entre átomos es donde aparecen los objetos
—las menudencias en sus cuadros parecen formas puras de la conciencia
—a veces parece esa luz que hay en los cuadros góticos cuando usan las grisallas
—creo que hay cierta relación con los fractales, las formas de la naturaleza, que Domingo quiere encontrar el infinito en los espacios limitados. Eso creo que le fascina, conjugar lo microscópico y lo macroscópico
—en el colegio era muy tímido. El huía. Acabamos el instituto y él se fue a hacer Ingenieros Agrónomos. Pero lo dejó y yo le dije que dibujaba de puta madre, que hiciera Bellas Artes
—lo que pinta está fuera del tiempo, Domingo reniega de todo el sistema del arte, y claro, así le va, no está dentro del mercado. A pesar de que el sistema le ha buscado, pero es que el sistema del arte va a otro ritmo que no es el suyo
—un galerista le preguntó un día que cuándo quería la exposición, dejándole a él la decisión, le insistió para que pensara una fecha. Domingo le dijo «no te emociones, yo necesito 5 años». Nos quedamos todos líquidos. Y cuando nos vio reaccionar así, subió la apuesta: «o 7 o 10 años…»
—una vez le preguntamos qué artista le interesaba, porque nunca se moja, nunca habla de nadie que esté vivo o sea reciente, por eso queríamos ponerle contra la pared. No fue capaz. De Freud para acá, para él no hay nada
—le pasa lo mismo con los compositores e intérpretes
—es parte de su rechazo a este mundo. Por cierto, que sabemos todos lo melómano que es, aunque solo de música clásica… por eso en el podcast él pondrá la música. Ha elegido a Chaikovski, La enfermedad de la muñeca…
—su interés en la prehistoria quizá venga de su rechazo a la identidad, esos artistas de arte rupestre no la tienen, son pura huella [Domingo Zorrilla ha descubierto y documentado cientos de pinturas rupestres en abrigos y simas de la geografía andaluza, caben destacar los dos tomos de Arte rupestre prehistórico en Granada, publicado por la Diputación]
—es un pintor realista
—es más bien un pintor materialista: lo real está por debajo del tiempo histórico, lo curioso es que las formas que encuentra para llevar a cabo su trabajo son absolutamente contemporáneas…
—yo creo que Domingo trata de diseccionar la realidad, pero que sabe que es una tarea vana y que por tanto la respuesta sensata es el silencio. Por eso al espectador la obra de Domingo le lleva a una melancolía muy profunda
—y la vida del topo es esa, la del animal ciego que sale al mundo sabiendo que no va a aprender nada
—sí, pero lo pinta asomando, no lo olvidemos
—Domingo huye de disquisiciones teológicas, sus cuadros no son otra cosa que tierra ordenada
—tierra ordenada y pintada que supera a la fotografía. A veces te enseña un cuadro suyo y te dice: mira, aquí hay más que en una foto.
—su obra está relacionada con los límites de la percepción. No es fotorrealismo, supera la fotografía porque le añade tiempo. Trata de alargar siempre el instante
Deja una respuesta