Debemos a László Krasznahorkai la descripción de otra figura del desencuentro. El capítulo XLIII de Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río reconstruye con delicadeza y rigor zen la asombrosa concatenación de circunstancias necesarias para que, a lo largo de un proceso dilatado en el que intervienen las fuerzas más elementales de la tierra, los fenómenos atmosféricos y la mecánica biológica, nazca (sin la mano del hombre) el último de los Cien hermosos jardines, el jardín escondido. El cuidado que pone el narrador cuando enfatiza la prodigiosa salvación de los peligros incontables que acechan continuamente al desenlace feliz del proceso, según arroja su análisis, hace que este sea «más bien la historia de un milagro estremecedor, fascinante, incomprensible y pasmoso, puesto que todo el proceso hablaba de cómo millones y millones de obstáculos se alzan en el camino de esta nube de polen, de cómo se destruyen una y otra vez millones y millones de granos y, después, más millones y millones, puesto que sólo obstáculos y dificultades se amontonan ante los objetivos de este gran peregrinaje, obstáculos mortíferos y dificultades aniquiladoras». Es el mismo tipo de asombro del que se hace cargo Domingo Zorrilla ante las portentosas historias naturales de las que son protagonistas criaturas prácticamente invisibles. La conclusión que en ambos casos cabe extraer de esos milagros no puede ser, por su lucidez, más melancólica, pues hablan de «un mensaje en su historia y en su existencia que nunca nadie entenderá, ya que, por lo visto, su comprensión no ha sido confiada a los hombres».
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