A propósito de Bernard Rudofsky y Antonio Jiménez Torrecillas
Hay una arquitectura real que responde a la razón de su uso, a la naturaleza de su material, a las condiciones del lugar donde surge. Una arquitectura que simplemente traduce una necesidad, que está marcada por la poesía de lo pragmático, que trabaja con la sencillez de lo que existe. El arquitecto granadino Antonio Jiménez Torrecillas nos enseñó a mirar dicha arquitectura desde la inagotable riqueza de la construcción tradicional, desde los secaderos de tabaco de la Vega de Granada, hasta la arquitectura sin arquitectos que puede encontrarse en cualquier rincón cercano, pasando por los edificios anónimos y discretos que conforman lo mejor de la trama urbana de nuestras ciudades.
La exposición organizada en el MoMA de Nueva York en 1932 por Phillip Johnson y Henry Russell-Hitchcock, titulada «The international style: architecture since 1922», fue en gran medida la culpable de una lectura oficial de la arquitectura moderna vigente durante gran parte del siglo XX. Sin embargo, la exposición «Architecture without architects», organizada por Bernard Rudofsky en 1964 en el mismo museo, propuso una lectura alternativa y novedosa. En esta exposición se evidenciaba que, frente a la arquitectura moderna, la arquitectura vernácula se mantenía completamente ajena a los ciclos de la moda. Su propia naturaleza la hacía prácticamente inmejorable, al cumplir perfectamente con todas sus necesidades y requerimientos. Rudofsky llamaba así la atención ante la pérdida de conexión de la arquitectura moderna con ese sentido común tradicional, transmitido a lo largo de generaciones, presente de manera lógica y natural en la arquitectura sin arquitectos La sintonía entre su pensamiento y los postulados de Antonio Jiménez Torrecillas en este sentido es completa.
Rudofsky puso sobre la mesa una gran diversidad de construcciones populares que, a partir del poder evocador de sus imágenes, armaran un discurso a favor de las cualidades de la arquitectura real. Los iglús en Alaska, los cementerios andaluces, la arquitectura de tierra de Malí… aparecen como una respuesta sencilla, justa y funcional a los requerimientos de sus ocupantes. Su indiscutible belleza tiene su base en la ya mencionada poesía de lo pragmático. Llama poderosamente la atención la coincidencia entre algunos de los ejemplos de Rudofsky y los presentados por Jiménez Torrecillas en su tesis doctoral «El viaje de vuelta. El encuentro de la contemporaneidad a través de lo vernáculo». Así mismo, la rica obra de Jiménez Torrecillas parece, en ocasiones, una cristalización ideológica y concreta de muchas de las ideas avanzadas por Rudofsky quien, sin embargo, fue mucho más parco a la hora de proyectar.
Tanto en Rudofsky como en Jiménez Torrecillas encontramos el anhelo de formar parte de una tradición. También una querencia por las diversas tradiciones que, una vez conocidas, aprehendidas si se quiere, permiten arrojar una nueva luz sobre la propia. En este sentido, ambos arquitectos encontraron en el viaje un valor pedagógico. En ambos, el aprendizaje de lo cercano va de la mano de una gran apertura de miras, en la que la herencia y la transmisión conducen siempre a la evolución. La conocida máxima de Jiménez Torrecillas puede resumirlo perfectamente: «El verdadero valor no está tanto en lo que generosamente hemos heredado, como en aquello que generosamente debemos aportar».
A partir de la conjunción de estas dos personalidades, Jiménez Torrecillas y Bernard Rudofsky, tan ligadas por diferentes motivos al Centro Guerrero, comenzamos una serie de pequeños textos en los que la arquitectura se medirá, reflejará y entenderá desde la perspectiva de diversas disciplinas artísticas, así como desde la óptica de los múltiples planteamientos del pensamiento actual. Su propósito no será otro que esbozar un mapa para transitar por los territorios comunes de la arquitectura y la cultura contemporáneas.
José Miguel Gómez Acosta
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