«Hay un animismo primario de las paredes y una división espacial originaria al servicio de la animación del espacio interior. En la medida en que este principio se hace valer, los muros de la comunidad, que crean espacio, siguen siendo, a su vez, magnitudes vivas, aunque se construyan con material, por así decirlo, muerto» [1].
El rechazo no puede instalarse como la respuesta por defecto, pero la persistencia de la autonomía tiende a solicitarlo. Entrevistado por Laeticia Rovecchio en 2017, el comisario y crítico de arte francés Jean-Yves Jouannais explica que su interés por las ruinas se sostuvo sobre una declaración del psicoanalista Jacques Lacan, que aseguró que toda obra pictórica contenía una escena de batalla [2]. Acaso en origen una figuración historicista de la noción de fricción o de la de conflicto, igualmente ha sido traducida y examinada durante diez años por Jouannais en sus ciclos de conferencias Enciclopedia de las guerras. El mismo año de la entrevista, el interés cristalizó en el libro El uso de las ruinas [3], cuyo epílogo aborda la historia de la profanación de Michael Cinei en el proceso de elaboración del buque de guerra USS New York. Entre siete y ocho toneladas de material para su construcción provinieron de los restos de las Torres Gemelas después de los atentados del 11 de septiembre.
La existencia de este navío y la veracidad de su historia son incontestables. No obstante, en el tiempo de la redacción de este artículo fue más complicado corroborar la existencia de Michael Cinei, bombero que pereció en las labores de auxilio, según el autor. No aparece en la base de datos de la National Fallen Firefighters Foundation [4]. Tampoco entre Elaine Cillo y Edna Cintron, en la lista de casi tres mil nombres que recoge el Memorial [5] en honor a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre. A pesar de ello, las declaraciones de la madre de Michael, Nancy Cinei [6], están desperdigadas por la red en numerosos artículos, varios españoles [7]. La confusión que se deriva de la baja contrastabilidad instantánea de la vida de Michael Cinei no entorpece los fines del texto. Jouannais ya nos avisaba al principio de que Cinei es, de todos los personajes del libro, «el más real de todos»[8], puesto que encarna el destino de su recuerdo igual que cualquier otra víctima de los atentados. Si El uso de las ruinas aborda ese tramo abandonado de la vida conceptual de los lugares cuando dejan de erigirse sobre la forma perdida para hacerlo exclusivamente sobre el recuerdo mediado por la inutilidad vigente, en el epílogo alcanza su mayor extensión conceptual al extrapolarse a un individuo simbólico que carga como representante de que ese estado de cosas es aplicable a los seres humanos. Así, suma la ruina humana a la arquitectónica bajo la premisa de que siempre se puede imaginar la vida posterior de ambas, un nuevo estatus; lo que conlleva fricciones en el caso del espacio público y tabúes en el humano.
Pendiente del corazón del tabú encontramos la nota predominante de valentía en el posicionamiento moral firme y frontal de Jouannais ante el aprovechamiento del acero de las Torres con fines bélicos. Para ello procura polarizar al lector con un ejercicio de provocación: teje la visión de una contaminación cruzada. Por su parte, el acero de las torres queda contaminado con restos humanos que formarán parte del buque; una vez acero-cuerpo, esta conjugación queda contaminada en calidad de sustrato del aparato de guerra, de tocar la guerra y servir su misión. Sin esta transmutación sobre la mesa, que rodea la operación mítico-poética, el debate podría quedar esterilizado en términos económicos; pero es la gravedad del especulativo —mendaz— traspaso de la carne la que nos emplaza a una visión suficientemente abierta, y por tanto suficientemente humana, para abordar el debate desde la altura de la sociedad que necesita replantear la insistencia, el objeto y la industria de la guerra.
Es el relato de una doble ruina que lo acaba siendo en virtud de la violencia que se ha ejercido sobre su previa completitud, en contraposición al decaimiento natural. Va mucho más allá de la privación de la funcionalidad; esta informidad vestigial exhibe la ideología del agresor —que incluye la motivación— y la ideología tras su instrumental —que incluye la intersección entre la articulación de la violencia del inventor y la significación de la violencia del ejecutor—. Tusk, el híbrido cinematográfico de culto de 2014 de Kevin Smith entre la comedia y el terror, se ocupó de parodiar superficialmente el personaje del científico loco, arquetipo de sujeto metódico y obsesivo de extraordinarias capacidades analíticas encalladas en fantasías para las que se prestan siervas; fantasías que descubren el motor irracional de todo ser humano. La parodia encuentra su correlato en personajes como C. A. Rotwang, el inventor del Maschinenmensch en Metrópolis, pero también en científicos reales que detentan o han detentado el poder suficiente para conducir su experticia hacia fines violentos. John Dower, al respecto, postula el «encanto técnico y tecnocrático» [8]. Toma prestadas las palabras del psicoanalista Erich Fromm para intentar aproximarse a lo que sucede en la mente de estos sujetos y habla de una «tendencia destructiva extática» [9] para referirse a Oppenheimer o a Edward Bowles, ambos implicados en el desarrollo de logística militar en mayor o menor grado de destructividad. «Bowles no pudo evitar entusiasmarse ante “el espíritu de esta empresa, su magnitud y su belleza”, capaz de transportarlo “al reino del encantamiento” siempre que uno sea capaz de apartar el horror de la guerra» [10], relata Dower. El fragmento escogido incluye palabras del mismo Bowles y revela más bien la capacidad humana de readministrar las incomodidades que genera la experiencia. No dista mucho del goce ciego y patriótico de los altos oficiales militares que tomaron la decisión de recolectar material de las Torres Gemelas para erigir el USS New York sin examinar con prudencia las consecuencias morales y sociales de alcanzar este límite del revanchismo que, a sus ojos, pudo pasar perfectamente como la prolongación útil y poética de un mártir.
Bowles se refiere también a otros hipotéticos motivos fundamentales para la violencia, como «la mística de la “violencia regeneradora”» o «rituales relacionados con la “fuerza vital”». También a «impulsos oscuros del inconsciente» [11], cuyo concepto, al rayar con el aparato conductual del machismo, nos sirve para procurarnos una distancia abstraída y generalista respecto de las descripciones de los feminicidios narrados en 2666, la novela de Roberto Bolaño:
[Aurora Cruz Barrientos] [f]ue encontrada en la cama conyugal, con múltiples heridas de arma blanca, casi todas en el tórax, los brazos abiertos como si clamara al cielo, en medio de una gran mancha de sangre coagulada. […] Aurora Cruz había sido violada por los dos conductos. […] Por los desgarros anales, el forense se inclinaba a creer que las violaciones por este conducto se produjeron cuando la víctima ya era cadáver [12].
De la ficción a la realidad, Sayak Valencia, que cita a Muedano, explicita:
A la fecha, en México cada cuatro horas es asesinada una niña, una joven o mujer adulta. […] Algunas de las causas de muerte que describen los medios de información y los informes internacionales son: «mutilación, asfixia, ahogamiento, ahorcamiento o bien degolladas, quemadas, apuñaladas o por impactos de bala» [13].
Valencia concreta que la muerte adquiere un estatus de «tecnología civilizatoria» en el caso de los feminicidios. Como comentábamos antes, toda violencia, todo agresor y toda arma arrastran connotaciones ideológicas que se corporeizan o se manifiestan en procesos únicos: por ejemplo, el falo del agresor sexual de 2666 se convierte incuestionablemente en una de las armas de aquel que persigue su placer a toda costa, sin importarle el consentimiento ni la reciprocidad del deseo. Pero hay más, que sale al territorio de lo común abominable. Si bien los feminicidios son consecuencias del paisaje inflamable del machismo heteropatriarcal y, como tal, deben ser examinados en el marco de su especificidad, estos comparten algo con el caso de Michael Cinei, así como con incontables casos de asesinato y trato con los cuerpos: la insufrible libertad en que el agresor se presupone para manipular a su antojo los restos de la vida anulada, por una parte; y el carácter aleccionador, público y ostentativo de este grado de crueldad, por otra.
La escatología cristiana, en función del ponente, revela actitudes más o menos abyectas cuando se trata de disertar sobre la disipación y la impermanencia de los cuerpos. Si las declaraciones del papa Lotario de Segni estaban empapadas de asco y angustia que se vuelven en cascada contra sí mismo y contra los demás [14], san Agustín acotaría con una propuesta ontológica de aire reduccionista y lúgubre: Per continentiam quippe colligitur et redigimur in unum, a quo in multa defluximus («En efecto, por la continencia venimos a contenernos y a reducirnos en uno, en aquello a partir del cual nos derramamos en muchas cosas») [15]. No es difícil encontrarse tocado por autores que acuden a simplificaciones impactantes, muchas veces efectistas, del cuerpo humano, que inciden en él como algo mucoso, enmohecido, disgregado o arrolladoramente inerme, como un cuadro químico desconsoladamente fugaz. Pierre Guyotat estructuró su novela Edén, Edén, Edén a balazos de esta naturaleza, aunque sofisticados e inquisitivos, sobre la premisa sensorial de la visceralidad y la premisa formal de la polución de imágenes en cadena, una polución tan veloz que invitara a desafiar la gramática convencional, en la estela de literatos como Samuel Beckett o Thomas Bernhard. Pues bien, esta amarga conciencia de la fragilidad de lo vivo, que siempre tiene algo de paralizante o de mórbido, es la que espanta cuando se inocula a través del ultraje aleccionador de los cuerpos: todos los actos en esta dirección pueden vestir el título de profanaciones. La profanación es la herramienta de preferencia para aquel que desea instaurar un régimen de tratos monolítico y vertical, ya que instila en los vivos que pretende subordinar el temor a vejaciones tan degradantes que la única vivencia posible para el sujeto que las padece debe resumirse obligatoriamente como el saqueo de la propia humanidad, hasta quedar reducido a un amasijo de dolor, muchas veces de inconsciencia. Ya objeto, el torturado se convierte en mensaje, en recado, en un futuro posible para díscolos y desobedientes, factible y demostrado. Un nuevo listón ordena la vida de los que presencian el ultraje. Sin importar si es el caso de los feminicidios, de la destrucción de infraestructuras o de Michael Cinei, las profanaciones de los cuerpos recuerdan las impensables maneras en que los vivos no pueden tener un control total de su existencia en tanto que otros amenazan con ejercer ese poder. Y cuando Cinei acabó siendo representado como parte de un buque de guerra —por mucho que lo fuese en un porcentaje ínfimo y simbólico—, Jouannais aspiraba a formular una imagen de alta penetración en el subconsciente —lo cual se consigue rozando la capa de lo cuestionable— que azuzara y levantara al lector, al que por fin le sería imposible continuar viviendo sin que los movimientos imperialistas de la potencia estadounidense lo dejaran indiferente.
[1] Sloterdijk, P. (2004). Esferas II: Globos. (Isidoro Guerra, trad.). Madrid: Siruela, p. 197.
[2] Rovecchio, L. (25 de junio de 2017). Jean-Yves Jouannais: «El uso de las ruinas reflexiona sobre el significado de la muerte de las ciudades y de los lugares». Pliego Suelto. Recuperado el 24 de octubre de 2022 de http://www.pliegosuelto.com/?p=22972
[3] Jouannais, J. (2017). El uso de las ruinas: retratos obsidionales. (José Ramón Monreal, trad.). Barcelona: Editorial Acantilado, pp.133- 36.
[4] Para más información, consulte la web https://www.firehero.org/fallen-firefighters/
[5] Para más información, consulte la web https://www.911memorial.org/visit/memorial/names-911-memorial
[6] «Mi hijo Michael murió el 11 de septiembre, era bombero desde hacía sólo nueve semanas. Saber que el acero del World Trade Center forma parte de la construcción de este navío tiene una enorme significación para mí. Es muy conmovedor, pero no triste. La vida sigue, y yo estoy orgullosa de ser estadounidense. No olvidaremos nunca». Jouannais, J. (2017). El uso de las ruinas: retratos obsidionales. (José Ramón Monreal, trad.). Barcelona: Editorial Acantilado, p. 134.
[7] Ejemplo dispensado por la agencia de noticias AFP el 2 de noviembre de 2009: «Las ruinas de las Torres Gemelas vuelven a Manhattan convertidas en un barco de guerra». RTVE. Recuperado el 28 de octubre de 2022 de https://www.rtve.es/noticias/20091102/ruinas-torres-gemelas-vuelven-manhattan-convertidas-barco-guerra/298886.shtml
[8] Dower, John. (2012). Culturas de guerra: Pearl Harbor, Hiroshima, 11 de septiembre, Iraq. (David León, trad.). Barcelona: Pasado y Presente, p. 366.
[9] Íbidem, p. 365.
[10] Íbidem, pp. 365-366.
[11] Íbidem, p. 364.
[12] Bolaño, Roberto. 2004. 2666. Barcelona: Anagrama, pp. 711-713
[13] Valencia, Sayak; Herrera Sánchez, Sonia. (2021). Transfeminismos y políticas postmortem. Navarra: Icaria, pp. 19-20.
[14] Duque, Félix. (2020). Las figuras del miedo: derivas de la carne, el demonio y el mundo. Madrid: Abada, p. 56.
[15] Íbidem, p. 57.
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