Debo comenzar contando, y confío en que la alusión a experiencias personales no suponga inconveniente para los lectores, que la noche previa a mi viaje a Madrid me quedé dormido frente a mi ordenador, y que a las seis y media de la mañana me lo encontré soportando la diabólica arquitectura de un mosquito tan grande como la yema de mi pulgar. Probablemente se vio seducido por la luz de la pantalla.
El autobús estaba ocupado por pantallas, sin contar con las que habían llegado allí voluntariamente —móviles, tablets y ordenadores de los pasajeros—: una detrás de cada asiento, un total de sesenta y una que se encendían aunque las hubieses apagado, y dos monitores grandes que colgaban del techo, uno de los cuales, ciego y mudo. El operativo predicaba la hora, que aparecía por un flanco de la pantalla y se arrastraba hasta el otro, lo que dejaba un segundo de oscuridad hasta que los datos aparecían de nuevo desde el primero. El trayecto de los números duraba once segundos. Por tanto, al mismo minuto le daba tiempo a transcurrir por la pantalla cinco veces, y como los segundos no se indicaban en el monitor, la transición de un minuto a otro no era visible. Podemos concluir que la pantalla estaba diseñada para indicar la hora, pero ni se molestaba en evidenciar la fluidez del tiempo.
De la capital de España me sorprendieron su titánica publicidad LED y la cantidad de personas que circulaban con auriculares por la calle, con o sin urgencia, en bicicleta o patinete, o peor aún, por las infraestructuras del metro. Hartos de las dinámicas de la Gran Vía madrileña, mi anfitriona y yo nos acercamos al Reina Sofía. Proyectaban, para mi sorpresa, Fuego en Castilla, de Val del Omar. La luz revela múltiples geografías que desafían a las efigies que las contienen, los espacios se derriten en el tiempo de los rudos trávelin de la cinta y los fogonazos palpitan al son de pies y uñas de Vicente Escudero. De lo inefable, mejor no pronunciarse; mas lo que consiguió el granadino con un modesto equipo de espejos y linternas manuales conserva una cualidad expansiva que riñe con las presuntas expectativas aperturistas y de «progreso» de las nuevas tecnologías. Si bien es de rigor enmarcar esta disyuntiva en el ámbito de la psicología del uso de la tecnología, concluiría que los dispositivos tecnológicos ofrecen la posibilidad de intensificar la tendencia del individuo a mantener la psique ocupada y estática, a rechazar el estímulo venido del exterior, esto es, a usos oclusivos, a los cuales resultará fútil responder con la absolución del individuo, como si fuese presa de una aparición. Esto sería negar la responsabilidad individual. No obstante, estos dispositivos se ha infiltrado en las capas más primarias de la vida por requerimientos laborales y sobre la promesa de la resolución ágil de problemas cotidianos, lo que supone un incremento cualitativo del grado de dependencia de los usuarios. La complejidad de los métodos de los que se han servido Google, Amazon y Facebook para diluir las barreras entre lo privado y lo público, como han analizado Shoshana Zuboff o Viktor Mayer-Schönberger, confirma la insuficiencia de hablar de responsabilidad individual desde un prisma clásico.
Una breve remisión al clásico de McLuhan nos recuerda que la transcendencia de cualquier medio o tecnología estriba en «el cambio de escala, ritmo o patrones que induce en los seres humanos». La introducción de la variable de la portabilidad del dispositivo tecnológico, así como que pueda operar fuera del hogar, basta para alterar el cuerpo social, su disposición y las dinámicas por las que puede regir su supervivencia. A esas variables se debe sumar la posibilidad de rastrear, coleccionar, analizar y exprimir la información derivada de la circulación de los individuos por la red. Tan exitoso ha sido el refinamiento de estos procesos de análisis que la industria parece concentrada en sofisticar y ofrecer más dispositivos portátiles que recojan más información: a la maximizada tendencia oclusiva y a la velocidad de vértigo a la que circulamos hoy se suma la perpetua nutrición del Gargantúa contemporáneo, la memoria externa que llaman big data, a cuyo esófago se adhieren las empresas para digerir a lo que buenamente pueden acceder.
Los casos más preocupantes de la sofisticación de los procedimientos oclusivos que precipitan las nuevas tecnologías serán los montajes y los deepfakes que hoy enriquecen los ecosistemas virtuales con los cuales los usuarios de la red legitiman sus sesgos ideológicos. Quiero poner de relieve una anécdota en la que no intervienen esos virtuosos algoritmos que intercambian rostros y que nos empujan a imaginar posibles condiciones en que debería desarrollarse una democracia en la era postinternet, sino que se basta con un cuestionable corta y pega y el principio de autoridad. Vamos a Estados Unidos: al final del discurso sobre el Estado de la Unión que tuvo lugar el 5 de febrero, Nancy Pelosi, presidenta de la cámara de los representantes desde enero de 2019 y actual líder del partido demócrata, rompió la copia en papel que se otorga por protocolo. Atrajo la atención mediática que, por hábito, se hubiese concentrado en celebrar los logros del Presidente o en desmontar la inexactitud de sus datos. El 6 de febrero, Donald Trump publicaba un nuevo tuit: un montaje de vídeo intercala las menciones más emotivas del presidente con la escena de la destrucción. Homenajeaba a varios civiles, como al aviador centenario Charles McGee. Por la variación del orden de los acontecimientos y la ambigüedad del mensaje que ahora acompaña el vídeo (POWERFUL AMERICAN STORIES RIPPED TO SHREDS BY NANCY PELOSI), el ejercicio contestatario transmuta estéticamente en oposición ciega, vileza y falta de escrúpulos. Después de que Pelosi pidiera formalmente a Facebook y a Twitter la retirada del vídeo, ninguno de los gigantes accedió, a pesar de las recientes actualizaciones en sus políticas de actuación frente a casos de vídeos elaborados o editados para inducir a engaño.
Sin importar si la decisión de Twitter y Facebook responde a su precaución o su complicidad con el presidente, el modo en que el vídeo había sido editado suponía un verdadero problema para todas las partes a la hora de deliberar. Su nivel de edición es tan pobre que parece engañar solo al ojo menos entrenado, que no por ello son pocos. Lo que importa es que el cambio de orden en los acontecimientos conlleva a su vez un cambio en el discurso, pero es justificado como una estrategia para acentuar la que sería la verdadera carga simbólica del acto de Pelosi cuando, desde el principio, solo apuntaba a rechazar la validez de las palabras del presidente, a desacreditar el evento en tanto es conducido por su persona. El engaño tiene lugar en una capa muy profunda del acontecimiento, y Twitter y Facebook son conscientes de que ese intercambio de tiempo no tiene por qué significar que la realidad tuvo lugar del modo en que se presenta en el vídeo, sino que se limita a enfatizar unos valores que podrían extrapolarse a otro en el que los acontecimientos sucedieran en el orden correcto. Los que apoyan al presidente se limitan a preguntarse qué hay de falso en el vídeo, porque Pelosi rasgó los documentos, y eso es lo importante para ellos.
La petición desestimada ejemplifica una vez más la importancia de la ambigüedad de las imágenes en los últimos años y en las décadas venideras, así como las infinitas posibilidades de reconstrucción de los eventos reales, de tal modo que favorezcan los sesgos ideológicos de los individuos y refuercen su predisposición oclusiva. Si este fue el caso de un vídeo pobremente editado, conviene preguntarnos si tendremos que optar por nuevas vías de comprensión de la esfera política en el muy corto plazo.
McLuhan, M. McLuhan, E. y Zingrone, F. (comp.). Basaldúa, J. y Macías, E. (trad.). (1998). McLuhan: escritos esenciales. Barcelona: Paidós Ibérica. ISBN: 84-493-0532-2
Viver, J. (2010). Laboratorio Val del Omar: una contextualización de su obra a partir de las fuentes textuales, gráficas y sonoras encontradas en el archivo familiar. Madrid: Universidad Complutense. ISBN: 978-84-693-5999-0. Recuperado de: <https://eprints.ucm.es/11163/1/T32047.pdf>
Bekiempis, V. (2020, 9 de febrero). Facebook and Twitter reject Pelosi’s request to remove edited Trump video. The Guardian. Recuperado de: <https://www.theguardian.com/us-news/2020/feb/09/nancy-pelosi-trump-state-of-the-union-video-twitter-facebook>
Para ver el vídeo con el que Donald Trump respondió al gesto de Nancy Pelosi: https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1225553117929988097?s=20
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