X, Percival Everett. Blackie books, 2019. 407 páginas
Percival Everett es uno de los mejores escritores norteamericanos del momento, y uno de los más desconocidos. Su literatura es literaria, y esto no sería una auténtica estupidez si el mundo en el que vivimos no tuviera esa tendencia a fagocitar la cultura para convertirla en un producto: la literatura literaria es aquella que contiene literatura, sí, pues hoy en día la literatura a secas no contiene más que historias prediseñadas y ausencia de un verdadero estilo y una verdadera prosodia. Lo que hoy llamamos solo literatura no tiene ideas ni reflexiones que no estén al servicio de un objetivo de marketing dispuesto a enganchar al sector del público para el que es diseñado y cuyos integrantes humanos están dejando por ello mismo de ser humanos para convertirse, al igual que la cultura que consumen, en un producto. La literatura literaria contiene personajes que pueden crecer o no, ir a un sitio o no, dar volteretas, comer pinchitos mientras divagan, divagar mientras divagan (como hacía el gran Bernhard) pueden evolucionar o menguar, hacia el exterior o el interior, quedarse como habían llegado al prólogo, ser redondos, planos, estar hecho de galleta, sangre o bilis: todo según le salga de los mismísimos genitales al autor que la firme. Es decir, hablo de los autores que no solo no permiten que un comité de expertos trendies contratados por las grandes editoriales recorten sus obras para hacerlas accesibles a un público que no lee y que cada vez leerá menos precisamente por culpa de esos expertos trendies (y de toda la subcultura que los ha auspiciado a estar donde están) que convierten la literatura en una vana estupidez, tan vana y tan estúpida como el 90 % de Netflix. Es por esto mismo por lo que hablaba de literatura literaria. Me refiero a la que otrora se llamó underground, que es la única literatura que hay ya. Quizá dentro de un tiempo, cuando la cultura mainstream fagocite la literatura literaria –pasa siempre– tendremos que acuñar otra estupidez que pueda subvertir la estupidez que nos tratarán de endosar bajo el nombre de literatura literaria como si no fuera literatura a secas. Entonces quizá hablemos de literatura literaria-literaria, o de literatura-literatura, siguiendo esa costumbre popular, cada vez más arraigada, que nos impulsa a repetir los adjetivos para dar credibilidad a lo que uno solo no alcanza ya a nombrar. Es por todo esto que Everett no es conocido en Estados Unidos: no hace concesiones a la industria. Le gusta la literatura experimental. Juega con la metaliteratura. Cita a los clásicos. Fragmenta y desfragmenta. Y en ocasiones, como en esta novela, se ríe de la escena literaria norteamericana o de su ausencia, copada como está por el producto editorial.
Everett es un escritor negro, como el narrador de X, Thelonious, es un novelista negro aburguesado y culto, criado en una familia de médicos negros, que se siente absolutamente desarraigado. No solo es negro en Estados Unidos y haya por eso mismo nacido ya con un desarraigo de serie, es que no puede encajar en la comunidad negra. No sabe bailar ni jugar al baloncesto. Cuando un hermano le da la mano a través de las eminencias tenares, se pone tenso, cuando un hermano le saluda y le dice «qué pasa» medita durante un rato la respuesta más adecuada:
—¿Qué pasa, hermano? —dijo.
Me puse a pensar a la desesperada. ¿Cuál era la respuesta adecuada a «qué pasa»? ¿Debía contestar «no pasa nada», dando a entender que no tenía razón alguna para estar ahí? No podía contestar «pasan varias cosas», porque entonces me vería obligado a decir qué cosas pasaban. Así que me decidí por «no gran cosa», lo que, en cierto modo, me pareció adecuado, aunque quizás, implícitamente, un poco insultante para Marilyn.
—Vivo más arriba —dije.
—Muy bien —contestó Clevon, y con un andar elegante y relajado se acercó al sofá, donde se puso a mirar los discos compactos que formaban una pila.
La vida de Thelonious pasa por un momento complejo en X (el título es una tachadura, no una letra). No vende mucho con sus novelas y se encuentra en un receso de su trabajo como profesor universitario. Su madre sufre Alzheimer y mientras la cuida junto a sus hermanos decide dejar de lado su literatura «difícil» para escribir una novela del gueto con el seudónimo de Stagg R. Lee: Mi problemática, que renombrará como Porculo, una novelita cruda llena de slang, literatura mala, un «producto» muy vendible, una novela auténtica, como dicen los críticos que la leen y por la que Random House le ofrecerá 600 mil dólares y Hollywood tres millones por los derechos. Eso sí, Thelonious tendrá que acudir a la televisión disfrazado de Stagg para poder promocionarla.
La novela de Everett, como las anteriores a Porculo de Thelonious, es una sátira inteligente y fluida, y no por eso lineal. A lo largo del texto, intercalados entre la historia medular, Everett nos mostrará textos de distinto pelaje, ideas para relatos, apuntes sobre sus técnicas de pesca con mosca, citas, reflexiones. Algunos de esos textos intrusivos estará definido por el uso de la cursiva para mostrarnos diálogos entre personajes de la alta cultura. Nos encontramos de pronto con chistes entre Wittgenstein y Derrida, discusiones entre Motherwell y Rothko, o esta que proponemos para vender esta novela como un gran ejemplo susceptible de formar parte de aquella sección casi olvidada del blog sobre el arte en la literatura moderna. Está protagonizada por Rauschenberg y De Kooning, y, como el resto de diálogos intrusos, así como los apuntes sobre pesca o las ideas para relatos, abundan en la idea fundamental de este libro, que se llama X en español y Erasure en la versión original, es decir, Borradura, un libro que no solo ironiza con la idea de cómo la búsqueda de espacios multiculturales para dar voz a las minorías daña y perpetúa las minorías, sino que pervierte la cultura (quizá porque nunca se pretende dar voz a nada excepto como excusa para hacer de ello un negocio): el arte, si se puede definir, es lo opuesto a lo que el capitalismo necesita vender como producto.
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