En aquel mismo congreso, de cuyo éxito es fiel reflejo el índice de las actas, se presentaron otras comunicaciones que rastreaban esa pulsión contemporánea por el origen, regresión a la vez hacia lo todavía-no humano (tal y como se ha dado históricamente). Susana Trujillo, por ejemplo, propuso la escritura de Lispector (a la luz de Cixous) como la reclamación de «una voz limpia de las cristalizaciones culturales creadas por el pensamiento masculino», una supuesta «voz anterior no mediatizada». Que conduce, también, al clamor del cuerpo y la embriaguez dionisiaca. Solo que Lispector, más que entregarse al ruido (la furia), está magnetizada por el silencio abrumador que lo contiene. El mismo por el que suspiraba la María Levi de Cuenca Sandoval: «Lo que nos diferencia del 68 es que ellos hablaban y hablaban y hablaban. Nosotros queremos que todas las voces se callen de una maldita vez. Los cortes en la piel sirven para eso, para detener el flujo de la conciencia, la hemorragia de los pensamientos».
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