Hace muy poco, José Luis Pardo ha vuelto a interrogar uno de los gestos fundadores de esa desconfianza, o más abiertamente de la revuelta contra las instituciones burguesas que la provocaron. Ha sido en Estudios del malestar, una nueva demostración de rigor académico, penetración analítica, alcance crítico y valor intelectual. Aunque sus objetivos, logrados, incumben a arenas distintas de las que aquí nos ocupando, incluye algunas notas pertinentes en este papel continuo. Por ejemplo, la revisión que propone del sentido de la Fuente de Duchamp. «Como proyectil, el urinario acertó en el cristal de la galería de arte (de la Galería del Arte), lo atravesó rompiéndolo, es decir, eliminando la “distancia estética” que separa un objeto “real” de su representación artística, y alcanzó el exterior del espacio expositivo. Pero no explotó (no al menos con la potencia prevista): no terminó con el Arte […] ni con el juicio estético […], sino que se quedó alojado en su interior como una anomalía, como un objeto extraño e inexplicable, como si en el escaparate de una joyería se quedase expuesto el pedrusco que los ladrones han utilizado para desvalijarlo […]. Si esa piedra que rompió el escaparate de la joyería en 1917 nos parece aún hoy un objeto anómalo, como una nave extraterrestre o la ruina de una civilización desconocida, es porque procede de ese “país extranjero” que era entonces nuestro futuro (del cual los vanguardistas eran los adelantados) y porque ese futuro no llegó.» El urinario es, entonces, el vestigio de un tiempo que no fue, el testimonio de algo que no ocurrió pero cuyo momento ya ha pasado. De ahí su extrañeza: la de su antiguo futuro; de algún modo, análogo al futuro antiguo imaginado por la cultura popular (como podemos verlo especialmente bien en aquellos decorados y vestidos que el cine de ciencia ficción puso en escena desde los años treinta), pero sin su gracia.
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