Vila-Matas prolonga a continuación su reflexión sobre el miedo y se refiere a la idea nietzscheana de que «favorece más el conocimiento general del ser humano que el amor, pues el miedo quiere adivinar quién es el otro, qué es lo que quiere».
Solo unos años después que el filósofo, compartiendo su mismo fondo romántico, Rilke enunció en una de sus cartas a Franz Xaver Kappus una de sus ideas más famosas: «Ninguna razón tenemos para recelar y desconfiar del mundo en que vivimos. Si entraña terrores, son nuestros terrores. Si contiene abismos, estos abismos nos pertenecen. Y si en él hay peligros, debemos procurar amarlos. Con tal que cuidemos de ordenar y ajustar nuestra vida conforme a ese principio que nos aconseja atenernos siempre a lo difícil, cuanto ahora nos parece ser lo más extraño acabará por sernos lo más familiar, lo más fiel. ¿Cómo podríamos olvidarnos de aquellos mitos antiguos que presiden el origen de todos los pueblos -esos mitos de los dragones que en el momento supremo se transforman en princesas? Quizá sean todos los dragones de nuestra vida princesas que sólo esperan vernos alguna vez resplandecientes de belleza y valor. Quizá todo lo terrible no sea, en realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo».
Por eso Punk Buró tituló Rilkeana la canción en la que adaptaba un texto extraído de una página de El bulevar periférico, de Henri Bauchau, en la que reaparecen los niños perdidos del cuento:
Antes pensaba que había / Que escribir con guijarros / Para poder encontrar / El camino de vuelta.
Ahora creo que basta / Con unas pocas migas de pan / Y que hay que avanzar / En la oscuridad
Siguiendo / Las borrosas huellas / Impresas en el bosque / A la última luz del día.
Y cuando veo la lámpara / De la casa del ogro / Tiemblo y me alegro / Porque ilumina esta canción
En la que tal vez aparezca / La música más íntima, / Aquella de nuestros / Grandes depredadores.
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