Otra continuidad la encontramos en Kassel no invita a la lógica. Enrique Vila-Matas se obsesionó con la necesidad imperiosa de memorizar el trayecto que le llevaba del hotel donde se alojaba al restaurante en el que llevaría a cabo su participación en la Documenta. Latía en la obsesión una angustia que le preocupaba: «Fue una preparación exagerada, minuciosa, casi de subnormal», porque temía, irracionalmente, perderse. «¿Qué clase de miedo era aquel que me hacía actuar así? ¿De dónde procedía?» Recordó el cuento de Pulgarcito, «aquel relato sobre un niño minúsculo que dejaba caer migas de pan en el camino para no perderse después cuando regresara a casa. Era el primer cuento que había oído en mi vida. Mis padres me habían hecho aprenderlo de memoria y, a los cuatro años, cuando había visitas en casa, me hacían recitarlo de viva voz en su versión catalana». Y tuvo una revelación: el cuento lo escribieron los hermanos Grimm en Kassel, «en una casa ya derruida que estaba a cuatro pasos de donde me encontraba en aquel momento». De ahí dedujo que «en vez de viajar a Kassel a la búsqueda del centro mismo del arte contemporáneo, había en realidad viajado a Kassel para encontrar el lugar exacto donde fue pensado y escrito el primer cuento que había oído». Para encontrar, asociado a él, el miedo a perderse.
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