Pero retengamos, todavía, aquel olor. O mejor, la idea del tránsito al que está asociado. ¿Sería aplicable a la era industrial periclitada la superstición a la que aludió Luisgé Martín en La mujer de sombra? Recordémosla: «Su tía Maribel decía siempre que nadie descansa en paz hasta que todas las personas que lo conocieron tienen la certeza de que ha muerto. Mientras una sola de ellas cree que aún vive, el difunto penará». ¿Explicará la ignorancia de su fin el tormento que, aún, deja sentir la era industrial, el lamento desconsolado del Antropoceno?
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