Unas cuantas páginas después, Tavares actualiza la hipótesis cartesiana del genio maligno y especula con la posibilidad de que la realidad nos mienta o finja. «Siempre hemos pensado que la capacidad para mentir u ocultar conscientemente se encuentra asociada a los afectos. Siempre hemos pensado que las cosas que nos rodean no tienen afectos. […] Pero, ¿por qué ese límite ahí? ¿O en otro sitio? Déjame responder: sobre aquello que no conoces bien, dices: no me puede mentir (la piedra, el átomo, el planeta). Pero es absurdo. Aplícalo, por ejemplo, a las personas. ¿Puedes asegurar que aquellas que no conoces no son mentirosas? Conoces al perro, y dices de él: a veces finge que tiene frío, pero la verdad es que quiere otra cosa. ¿Será difícil pensar así sobre un planeta o un átomo? ¿No querrán las cosas nada de nosotros? ¿No tendrán las cosas justificación para mentirnos?»
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