Una organización rizomática del conocimiento es un método para ejercer la resistencia
contra un modelo jerárquico que traduce en términos epistemológicos una estructura
social opresiva.
Guilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas
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Dora García es una de las artistas actuales con más proyección internacional de nuestro país. Su trabajo a menudo gira en torno a las paradojas que surgen entre el autor, la obra y el público al descontextualizar un texto literario y humanizar el concepto de historia y personaje. Sus exposiciones y performances están tan íntimamente ligadas a la literatura que a veces parece más bien una escritora mostrando las costuras de una obra en curso, o una directora de cine rodando con personajes literarios que han aceptado salir de su novela para adaptarse a otra que desconocen y que no está hecha de palabra escrita, sino de cuerpos, de voz, de aire y de paredes. En ocasiones, los mismos espectadores son invitados a participar de la experiencia, como extras o personajes con guión del texto humanizado.
En The beggar’s opera contrató a tres actores para que se turnaran en la encarnación de Filch, el personaje mendigo de la obra de Brecht, con el propósito de que saliera a vagabundear por una ciudad y los espectadores pudieran buscarlo por plazas y bares durante tres meses. En Instant creative, el visitante de la exposición leía en una pantalla una descripción de su conducta y aspecto en cuanto entraba a la sala, dejando de ser sujeto observador para convertirse en objeto observado. En estas dos performances, al igual que en tantas obras de la artista (como en el taller “abocado al fracaso” de La sociedad Joyceana que presentará dentro de unos días en el centro Guerrero o en Lo inadecuado, el monumental proyecto que ocupó el pabellón español de la Bienal de Venecia en 2011) Dora García propone la idea de estado temporal como un fin en sí mismo, destruyendo la noción occidental de esencia, de final y de completud, y conformando un alegato contra el autor o, cuando menos, un manifiesto de independencia de las obras con respecto a quienes las escriben.
Los trabajos de Dora García tienen una raíz literaria porque la literatura contiene múltiples significados e interpretaciones, porque asume la necesidad del otro y porque es en sí misma una herramienta de una riqueza antropológica amplísima. Una riqueza que se ve sobredimensionada cuando es el lector (o el espectador) quien dota a las obras de significado, quien termina de darles forma al convertirse en parte fundamental de las experiencias, en bisagra entre lo ausente y lo manifiesto.
Gran parte de la tensión de sus propuestas se genera a partir de la idea de control. El espectador no sabe cuándo y cuánto puede controlar de la experiencia artística ante la que se encuentra, y a menudo desconoce también el cómo, e incluso a veces, el qué. La utilización de lo literario es un marco ideal para ensayar ideas morales en torno a la dominación entre las personas, lo que, asimismo, le ha permitido reflexionar sobre el control en relación a la producción y recepción de la práctica literaria.
La noción aparece en su trabajo como un caleidoscopio, multiplicándose en fracciones con un significado y un sentido diferente: el personaje controlado, el espectador convertido en personaje controlado, el personaje descontrolado y huido, la artista controlando/descontrolando a los actores que hacen de personajes y a los espectadores que hacen de lectores en un texto que ha trascendido el papel y se ha convertido en algo tangible. Bajo una mirada superficial parecería que la artista ha dejado a medias sus obras, que solo las ha enseñado a caminar para ver el trazado de ese camino vacilante, que es como el de un niño que acaba de aprender. Sin embargo, no es así, o no es solo así. Por supuesto, en sus obras hay una deriva, pero no es este un elemento adyacente o accidental vinculado a su estilo, sino que conforma el motor principal de un trabajo que, por encima de todo, trata de demostrar, consciente o inconscientemente, que su funcionamiento interno es el de un rizoma.
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Deleuze y Guattari acuñaron el término “rizoma” para dibujar una imagen del pensamiento. Se trata de un modelo epistemológico, es decir, un mapa que intenta explicar las condiciones de posibilidad del pensamiento.
Hasta el momento (o hasta Nietzsche, que empezó a cuestionarlo), el pensamiento respondía a la lógica binaria, a la estructura, a la dialéctica. Se basaba en el la jerarquía, y estaba representado por el árbol: un tronco medular del que nacían ramas que dependían de él y que eran su copia. El árbol representa el pensamiento moderno, lógico, estructural, científico. Es un pensamiento alentador, pues nos abre una posibilidad de conocer a partir del control, de llegar a un “final”, de creer en esencias y verdades que en realidad no siempre existen como tales.
El modo de pensamiento de la segunda modernidad es para el científico determinista tan blasfemo como lo fue la muerte de Dios para el religioso: con él abandonamos la fe en la objetividad, asumimos el relativismo y damos la bienvenida a un caos que no se entiende como pérdida, sino como verdadero mapa de la realidad trascendente. Está representado por el rizoma, una estructura botánica que no tiene centro, donde no hay subordinación jerárquica de sus partes y donde cada elemento puede incidir en otro. En el rizoma nada controla nada, nada está por encima de nada y todo se estructura para aprehender las multiplicidades. Sus conexiones y proyecciones no constituyen un sistema ni tienen una configuración lógica.
El nuevo modelo epistemológico no niega lo trascendente, ni niega que pueda ser descrito. Solo asume que es mucho más heterogéneo y, por tanto, mucho más difícil de aprehender de lo que creíamos. No solo nos vale la ciencia o el pensamiento sistémico y racional. Necesitamos filosofía, y necesitamos arte para poder representarlo. Ni Prigogine, ni Deleuze, ni Guattari, y ni si quiera Tristan Tzara, buscaban otra cosa que describir el mundo, pero no el mundo de Euclides hecho de orden, sino el mundo de Mandelbrot hecho caos. Y ese mundo es, precisamente, el objeto y el sujeto del trabajo de Dora García: el mundo real.
3
Lo que late en las obras de Dora García es lo late, de diferente manera, en Rayuela de Cortázar, en Finnegans wake de James Joyce, así como en las obras de arte que asumen su ausencia de centro: la idea de que el control, la dominación, la dependencia y la jerarquía no definen el pensamiento verdadero, sino que son, en todo caso, los elementos que definen el duplicado apolíneo del pensamiento que el hombre occidental ha diseñado para poder aprehenderlo.
Si las obras de Dora García tienden a la incompletud es para que el espectador pueda caber en ellas, asumir una posición activa y experimentar el modo en que funciona el pensamiento. Para que entre en el rizoma y sea parte de él. Algo que, teniendo en cuenta la importancia del concepto deleuziano en la postmodernidad, y teniendo en cuenta que ha habido novelas, ensayos, cuadros, pero no experiencias que lo desarrollen (y teniendo en cuenta que un rizoma solo puede ser desarrollado fielmente con una experiencia que asuma su evanescencia, su falta de impronta y su espontaneidad), hace del trabajo de la artista un hito en la peculiar historia del siglo en que vivimos.
Al principio comparábamos a la artista con una suerte de escritor nuevo, verdaderamente moderno, que en lugar de trabajar con lenguaje trabajara con metalenguaje. Sin embargo, acometer una definición es ejercer un control objetivo, es elegir entre la serie de ideas contradictorias que componen lo que se intenta definir, y es, por principio, un error. Nuestro yo moderno trata de ordenar, seleccionar y jerarquizar para construir la definición a partir de un árbol que no existe, pues el objeto de la definición es parte integrante de un rizoma, de una producción inconsciente que no cesa y que no se puede acotar. De modo que si alguien quiere saber un poco más acerca de Dora García, la única opción que tiene es la de acudir al Centro Guerrero y vivir las experiencias que ella les proponga.
En cualquier caso sí hay algo que podemos fijar con el lenguaje jerárquico, aunque sea para desmontar de una vez la idea de que ese lenguaje existe: Dora García es, hoy por hoy, uno de los enigmas más fértiles de la cultura contemporánea.
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