Una de las maneras de explicar los avances de la modernidad es a través de esos puntos de inflexión en los que la esfera pública experimenta una intensa quiebra entre la institución arte y sus detractores o, en ocasiones, simples representantes legales o políticos. Se trata de una toma de conciencia para ambos: de un lado, existe la posibilidad de explicar y, de otro, de entender. Sin embargo, estos enfrentamientos suelen tener el carácter sumario del juicio, por lo que los términos de debate son siempre contumaces y extremos. Tal es lo que sucedió con el juicio entre Whistler y Ruskin
, o entre Duchamp, Brancusi y los aduaneros de Nueva York y, más recientemente, entre Richard Serra y el ayuntamiento de Nueva York. Los tres han representando diferentes y determinantes momentos en relación con la autonomía del arte, la cotidianidad y el espacio público.
Parece que estamos viviendo otro de estos momentos: la denuncia de una agencia de protección infantil por difundir imágenes de contenido violento y pornográfico contra los comisarios de Presunto Inocente: Arte Contemporáneo e Infancia (2000), una exposición en el Centre d’Arts Plastiques Contemporains de Burdeos con obras de más de ochenta artistas, la mayoría tan conocidos como Larry Clark, Mike Kelley o Nan Goldin. Seis años después de la exposición, las terribles acusaciones se han concretado en más de 75.000 € de multa
e incluso posibilidad de tres años de cárcel al entonces director, Henry-Claude Cousseau, y posibilidad de extenderse a los comisarios, Marie-Laure Bernadac y Stèphanie Moisdon, quienes
han estado citados para una vista preliminar la semana pasada. Cousseau, perplejo, ha declarado: si se fijan los límites del arte, ¿quién los define o impone?».
Sin embargo este juicio sumario no parece novedoso, sino la repitición de aquella frase del historiador Max Dvóràk, en la que defendía los desnudos en los murales de Klimt argumentando que el escándalo no estaba en la obra, sino en las miradas de los ofendidos. Después de todo, ya que estamos con los fundadores de la historia del arte, tampoco estaría de más recordar a Aby Warburg y al carácter simbólico, cultural y colectivo de la obra de arte, una vez que ésta penetra en el ámbito de la representación. En definitiva, parece no corren buenos tiempos para el comisariado.
(Algunos de los apoyos hacia Cousseau y ampliación de la noticia)
Deja una respuesta