Contemplando el derribo de las antiguas barriadas parisinas bajo la maquinaria de Haussmann, Baudelaire escribe: ¡París cambia!, pero nada en mi melancolía. El verso alude a un pasaje de la modernidad de sobra conocido, aquél en que el viejo trazado gótico de París se abrió de un bastonazo, como el mar Rojo, de par en par y en grandes avenidas, y no sólo para que las fuerzas del orden controlaran a sus anchas posibles levantamientos, sino también para que el tráfico circulara veloz y sin detenerse, sin doblar una sola esquina, sin paseantes inoportunos ni ropa tendida de por medio. Walter Benjamin consideraba necesario encontrar ese viejo trazado entre los escombros, pero no por una nostalgia hueca, ni mucho menos por esa desesperanza que con cizaña se deja caer en Port Bou. Nada de eso, más bien con la astucia de quien sabe que el recuerdo de las cosas pasadas se puede convertir en una fuerza impulsora para otro tipo de transformación.
Alejar de la nostalgia esa melancolía es entonces dar con la resistencia que recorre dos siglos y medio y se pone a prueba ahora en el Cabanyal y en tantos otros lugares. Releed así el poema de Baudelaire termina diciendo: ¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud de las trompas! / Pienso en los marineros olvidados en una isla, / ¡En cautivos, en vencidos!
¡y en muchos otros todavía!, no será una lectura nostálgica sino imbricada ya en el debate sobre la resistencia que hoy tiene lugar en los foros del arte.
Para abordar este tema propongo un arranque tan fuerte como el de Deleuze: el arte es lo único que resiste a la muerte. Pienso en los ocres de Blombos, esas diminutas piezas cuentan con 77.000 años de antigüedad, suficiente como para suscribir que el arte resiste al paso del tiempo. Sin embargo, el debate no queda zanjado en la coda ars longa, vita brevis, sino que comienza precisamente uniendo arte y vida, es decir en el empeño que tuvo la vanguardia por devolverle al arte su praxis vital, algo que seguramente desplazó el interés por la eternidad en favor del instante. A fin de cuentas hay una diferencia evidente entre los siglos que tienen los ocres de Blombos y lo que tarda en pudrirse una lechuga entre dos bloques de piedra, porque no es al tiempo a lo que el arte resiste toda vez que ha conseguido ponerlo de su parte sino a la muerte, como ya se ha dicho, y acaso en el sentido en que Marcuse situaba el potencial político del arte precisamente en el impulso vital del que goza.
Toni Sanchez Tena, Cartel para distribución gratuita, Offlimits, Lavapiés, Madrid, 2008
Pero más que por la liza entre Eros y Tanatos, el debate actual sobre arte y resistencia se caracteriza por haber abandonado el modelo binario en la comprensión de lo que es el poder. Tal modelo era incapaz de hacerse cargo de la reversibilidad que existe entre resistencia y poder. La actitud legislativa de los manifiestos de vanguardia da buena cuenta de ello, puesto que se trataba de quebrar la fuerza coercitiva de la academia para imponer otra distinta pero no menos coactiva. En cambio comprenderlo como lo hizo Foucault nos permite ver el poder como algo mucho más sutil, menos visible, más eficaz. Y parece que es esa versatilidad del poder el mayor obstáculo para el arte crítico, más aún si reparamos en la capacidad que tiene el capitalismo de recuperar para sí todo signo de transgresión. Es por ello por lo que Chantal Mouffe avisa contra el desaliento que aguarda tras las provocaciones más escandalosas; acaso la ruleta rusa de Tania Bruguera o esas líneas que Santiago Sierra tatúa no tienen precisamente el efecto que sería deseable. De todos modos Mouffe sí cree en la capacidad del arte tanto para desbaratar la imagen agradable que el capitalismo difunde de sí mismo como para construir nuevas subjetividades, lo considera decisivo para la democracia radical que teoriza, señalando que el arte crítico y cita entre otros a Hans Haacke y a Krzysztof Wodiczko muestra efectivamente lo que el consenso dominante borra.
En esta línea, favorable a todo lo que es disenso como ejercicio básico para una democracia radical, se encuentra el trabajo que desde la memoria realiza Fernando Bryce o la agudeza de ingenio de Toni Sánchez Tena, en cuya obra late la exigencia situacionista de poner en crisis la idea de felicidad amparada en el sistema publicitario. A este respecto, Guy Debord proponía entre otras cosas la introducción estratégica de nuevas nociones de placer, y en este mismo sentido podemos considerar hoy el arte vinculado a la Teoría Queer así como al Postporno desde Annie Sprinkle hasta Cabello y Carceller especialmente por emplear estrategias de desidentificación en el sentido teorizado por Judith Butler. El arte crítico vendría así a generar diferencias de modo constante, precisamente en el sentido en que Antonio Negri define la resistencia, es decir, como trabajo vivo de producción de subjetividad, que pasa de la protesta a la propuesta por medio de la creatividad y tiende a formar una multitud cohesionada en lo múltiple. Tras el arte crítico, tal y como se viene planteando aquí, existe el esfuerzo por poner la diversidad en relación con la comunidad, y pienso en un ejemplo tan inmediato como es el de la Tabacalera de Lavapiés en la medida en que se trata de una experiencia colectiva donde se vienen aplicando formas de organización derivadas de la estética, según explica Jordi Claramonte.
El debate encuentra en este último punto una curiosa deriva, puesto que la estética desde sus inicios ha tenido que asumir la policontextualidad a la que obliga el trato directo con el arte, tomando así la libertad como base de lo que es universalmente comunitario. Lo que el arte tiene de resistencia pasaría desde aquí por una politicidad que le es inherente, no porque en el arte se dejen leer consignas y lemas, sino porque, antes que a las lecturas, el arte llama a los sentidos. En este punto la teoría que de algún modo vino tomando el lugar de la práctica se encontraría ante la necesidad de volver a lo que la estética tiene que hacer con el sentir. La propuesta de Rancière sobre la original intersección entre estética y política indica que este desvío ha sido ya tomado desde la propia experiencia de lo sensible, ahí donde en efecto se puede encontrar el germen de una nueva forma individual y colectiva de vida. El arte resiste entonces no desde la teoría, más bien a pesar de ella, y se podría decir incluso que resiste a la teoría en tanto que ésta trata de fijar y aquél no deja de parpadear, de vibrar, de moverse, de ahí que teóricos de distintos campos empiecen a dirigir al arte sus preguntas y no tanto sus respuestas, pues el arte se les resiste.
Daniel Lesmes
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