Por no hablar del propio Shostakóvich. Reiteradamente solicita una foto a Elena que ella nunca le concede… hasta la página 644, dentro del capítulo titulado “Nunca lo volveremos a mencionar”. Dimitri entra en éxtasis. Ahora tenía algo, una parte de ella “para que le sirviera de reliquia y consuelo”. Noche tras noche la adoraba, “caía en esa fotografía”. Y por si su discurso “tartamudo” no fuera suficientemente elocuente, Vollmann abre el capítulo con una cita de la Cábala que invita a sustituir la Torá por esa foto: al mirarla, “aparece un rayo de esa luz oculta fino como un hilo y se derrama sobre aquellos absortos en ella”.
Cómo olvidar el testimonio de Elizabeth Barrett Browning a Mary Russell Mitford al poco de conocer la existencia de ese nuevo prodigio: la fotografía. “No, no me parece tan monstruoso por mi parte decir justamente aquello contra lo que mis hermanos se oponen con tanta vehemencia, a saber, que prefiero uno de estos relicarios de un ser querido antes que el más noble de los trabajos jamás producidos por un artista.”
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