Reaparece, pues, un espectro: el Autor. Y con él, la serie de espejismos que trae aparejados, quizá el primero la Intención. Justo Navarro narraba sus efectos en El espía: «Angleton tenía razón, repitió, las arengas de Pound eran ejemplo de inconsistencia, incongruencia y desconexión lógica. No podían significar lo que parecían significar. Parecían no significar nada, pero podían significar mucho si uno sabía descifrarlas. Yo no supe, confesó Manganaro, y tampoco supieron los criptógrafos del SIM. Así que probablemente no significaban nada y Pound sólo era lo que parecía, un títere dogmático. Pero hay algo a lo que no puedo dejar de prestar atención, perdónenme, ésta ha sido una de las obsesiones de mi vida […]. Es mi angustia nocturna y diurna: he creído adivinar la verdad mil veces, pero quizá he sido engañado esas mil veces y mil más. Y ni siquiera me importa la cantidad: bastaría con haber sido engañado una vez. Es la angustia y el pavor de haber vivido toda mi vida en la irrealidad. Alguna noche, de pronto, todo lo he visto claro, y era esto: que lo que era claro hasta ese momento, es decir, lo que yo había creído verdadero… Manganaro se quedó con la boca abierta, pero vacía, o muda, muerta, como si hubiera visto el infierno pavoroso».
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