Y Alberto Olmos en Alabanza: «Se ve de pronto evocando fotografías, fotografías reales donde salía Iván: instantáneas de viajes del colegio, de cumpleaños en casa de otro amigo, o tomadas en las fiestas patronales por un profesional que luego las colgaba en la plaza, en unos cordeles tendidos bajo los soportales del Ayuntamiento. […] siempre había considerado la tecnología como delegación: permitíamos a los aparatos liberarnos de una tarea, de un esfuerzo, hasta tal punto que la competencia aparejada a esa tarea acababa por volverse irrecuperable: la calculadora con la que dividíamos para dejar de saber dividir; el traductor on line que nos permite desconocer un idioma; la vasta enciclopedia de Internet que nos hace pensar que todo lo sabemos porque, en el instante en que un conocimiento nos sea necesario, una serie de clics nos lo proveerá; y las cámaras, su registro de nuestra vida, imágenes congeladas o en movimiento de aquella boda, aquel viaje, aquel efímero amorío –incluso de algo imposible de retener por nuestra propia memoria: la vida cotidiana, las rutinas irrelevantes-, de todo lo cual podríamos desentendernos, olvidarlo en falso.
Así lo entendía Sebastian.
Sin embargo, ahora, en el propósito de recordar la cara de un amigo de la infancia […], se ha visto consultando de memoria fotografías, más confiado en recordar una imagen que miró durante apenas unos minutos en quizá un par de ocasiones que la cara que aparece en esa imagen, con la que convivió durante años. […] Por ello, entiende enseguida que las cámaras fotográficas y de vídeo no restan recuerdos, sino que los suman, los multiplican, los clonan, les dan una segunda oportunidad.»
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