Tras cada rueda de prensa, suele ser de obligado cumplimiento el paseo comentado del comisario de la exposición junto a periodistas y políticos. Como las verdaderas personalidades de este blog son sus lectores, convencí a Joan Fontcuberta, comisario de Los Colores de la Carne, para que se diese ese paseo con todos vosotros. Os dejo con él y sus comentarios:
Erika Langley (Washington, 1967) realiza un trabajo vitalista, alocado y gamberro (entre comillas) alrededor de la prostitución. No es la visión tradicional, crítica y que victimiza a la prostituta, sino que en este caso es la fotógrafa quien entra en el juego del erotismo puesto en venta. Poco después de graduarse, Erika Langley quiso hacer un reportaje sobre un club nocturno de strip-tease y, al solicitar permiso, le dijeron que para entender lo que sucedía allí de verdad, ella misma tenía que practicarlo. Ni corta ni perezosa, duplicó su faceta. Por un lado, como bailarina; por otro, como fotógrafa. De esa manera, produce un reportaje más cercano, más inmediato, desde dentro. No es un ojo externo que mira esa realidad que muchas veces nos parece sórdida, sino que desde dentro esa realidad nos cuenta momentos llenos de alegría, de bromas, de compañerismo y de fraternidad. Es una visión particular y original.
Paz Errazuriz (Santiago de Chile, 1944) hace un reportaje de dos travestís prostituidos en el Chile de Pinochet y que, por lo tanto, sufren dos tipos de opresión. Por una parte, debido al género, por otra, debido a la situación política del país. Un país que niega cualquier tipo de alteridad sexual, según los cánones más reaccionarios. En ese caso, la fotógrafa intenta mostrarnos el mundo de esos dos personajes, que participan de la acción y del planteamiento del proyecto en la medida en que se convierten en actores, y se convierten en tales a sabiendas de que una de sus características como travestís es precisamente el exhibicionismo. Por tanto, ese exhibicionismo es la materia que negocia el modelo con la fotógrafa. Vemos que son unos retratos muy intensos, muy viscerales, porque se da esta relación de proximidad y complicidad entre el fotógrafo y su modelo.
Jane Evelyn Atwood (Nueva York, 1947) es norteamericana de nacimiento, pero francesa de adopción. En este sentido, recoge la tradición de la fotografía humanísitica de los años ’50, que tenía su precedente en Brassai, quien fue un gran poeta de la vida nocturna de París con las calles llenas de niebla y de mujeres públicas. Jane Evelyn Atwood hace un trabajo sobre un burdel en la Rue Saint Dennis, en el barrio caliente de la capital francesa, especializado en relaciones sadomasoquistas, en concreto. Es un planteamiento de reportaje tradicional, en la medida en que hay un relato con un planteamiento, nudo y desenlace. Nos muestra el barrio, la calle, el local, luego nos muestra a los clientes, a las profesionales y, finalmente, la consumación de los actos que se celebran en ese lugar. Por lo tanto, es el típico tratamiento narrativo del reportaje realizado con una gran maestría, en cuanto a planteamiento fotográfico, composición y luces, pero, sobre todo, sabiendo transmitir una atmósfera. Yo diría que es ese sentimiento del aire, de la atmósfera, que nos reflejan las fotografías de Jane Evelyn Atwood el gran ingrediente de este tipo de reportajes.
Merry Alpern (Nueva York, 1955) encarna ese ojo a distancia, panóptico que lo ve todo, que es el ojo vigilante, el ojo espía, el ojo del paparazzi. Es un planteamineto bastante peculiar, en sentido documental, del testimonio en la distancia de alguien que se oculta y capta la imagen sin que el modelo se aperciba de que ha sido apresado. Esto nos recuerda a La Ventana Indiscreta de Hitchcock, que nos da el modelo de esa visión, que vela y se adentra como una radiografía más allá de las barreras ópticas que nos separan del sujeto. Lo que Mary Alpern hace, en concreto, consiste en apostarse varias noches durante muchas horas enfrente de un burdel clandestino en Nueva York, a través de cuyas ventanas, probablemente de un baño, aparecen escenas de la práctica de la prostitución. Presenciamos escarceos amorosos, caricias, abrazos, pero también el momento en que hay una transacción comercial, el dinero cambia de manos o aparecen los penes flácidos después de la eyaculación, alguien esnifando rayas de cocaína, etc. Vendría a ser una especie de documentación de ese submundo de la prostitución y todo lo que conlleva alrededor, fotografiado a través de esas escenas captadas a vuela pluma, a través de la distancia de un edificio al otro.
Elisabeth B.(Alemania, s.f.) no es realmente fotógrafa, sino periodista adscrita a un feminismo radical que quiere denunciar el estado de explotación del cuerpo de la mujer en los peepshows y, para ello, urde una estratagema que consiste en presentarse ella misma como bailarina de strip-tease en uno de esos locales del sexo en Nueva York. El truco consiste en que, además de desnudarse por los clientes que pagan por ver su cuerpo contornearse, esconde una pequeña cámara y con ella, fotografía a los voyeurs, a los clientes, que han pagado por mirarla. Con lo cual, hay un proceso paradójico, pero muy ingenioso, de inversión de la mirada, aquel que está allí para mirar es, en realidad, mirado. Aquel que está allí para disfrutar con su escopofilia, e se placer de la mirada, es en realidad el sujeto pasivo, la presa de la cámara de la fotógrafa que, como un espejo, como el ojo de la Medusa, nos devuelve ese rayo de luz. El trabajo es realmente espectacular. No tiene cualidades fotográficas porque prevalece el valor documental y todo ello es como una magnífica performance de denuncia de estos antros de consumo de imágenes sexuales.
Mayo Goded (México D.F., 1967) es una joven fotógrafa mexicana que recientemente se ha incorporado a la agencia Magnum. En este trabajo, Sexo- servidoras, hace más que un reportaje, una serie de retratos ambientados de las prostitutas del barrio del Zócalo en el corazón de la capital federal de México. Maya explica que empezó este trabajo cuando ella misma quedó embarazada y quiso hacer un esfuerzo de escrutinio, de investigación, de qué significaba la maternidad, la sexualidad, la identidad femenina…Y pensó que la prostitución era el espejo donde se reflejaban todas estas cuestiones. En este caso, no se trata de un reportaje, sino de retratos consensuados, el modelo es siempre consciente de que es fotografiado y, por lo tanto, prevalece una relación de confianza, de compartir esa privacidad entre modelo y fotógrafo. Entonces, a través de esa relación ganada por medio del tiempo y de las buenas prácticas, se establece una posibilidad de ir realizando retratos que trazan la radiografía de la prostitución genéricamente. Vemos a adolescentes, a mujeres de la tercera edad, a chicas embarazadas, en fin, hay como una especie de repertorio, de inventario de las prostitutas mexicanas en esa zona. Además, vemos no sólo el retrato, el rostro, la expresión, el gesto, sino que también en muchos casos los elementos tangenciales que añaden una información de contexto, de situación, de cultura e historia, como los tatuajes, la decoración de las habitaciones, las prácticas supersticiosas, etc. Es, en el fondo, una visión que añade a la imagen, a los valores compositivos, estéticos y formales, una serie de dimensiones de tipo sociológico y antropológico
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Susan Meiselas (Baltimore, 1948) realiza la serie Carnival Strippers en 1976 y, por lo tanto, es el primer corpus de toda esta exposición, que abarca trabajos durante tres décadas.
Por tanto, las ocho fotógrafas participantes no sólo nos muestran diferentes tácticas y aptitudes frente a lo que es la fotografía documental, sino que también son representativas de esa evolución generacional. Meiselas es la decana de este proyecto. Realizó este trabajo justo cuando había terminado su graduación en la universidad empezó a interesarse, debido a su preocupación por la sociología y antropología, por esas ferias ambulantes que hay en la costa este norteamericana, cuyos carromatos a veces incluyen como atracción de feria a bailarinas que allí llaman exóticas, a bailarinas de strip-tease. Estuvo durante varios años siguiendo a estas ferias a lo largo de su periplo e itinerarios, confraternizando con las bailarinas, con los organizadores, con el público, y de esa convivencia nace este reportaje, que está elaborado según unos cánones tradicionales de lo que se considera la fotografía humanística, de la que la Agencia Magnum, a la que pertenece Meiselas, pues ha sido históricamente fundamental. Es una fotografía que no toma partida, es decir que ni critica, ni criminaliza, ni exalta, sino que se sitúa en una posición de neutralidad deliberada, pero que lógicamente convive con esos personajes y la duración de la relación hace que se establezcan unos lazos que van más allá de la escueta relación fotógrafa-modelo. Esto enriquece el resultado, de manera que la cámara puede acceder a esos momentos de distensión, no públicos y privados, de los protagonistas de este submundo.
Alicia Lamarca (Benidorm, 1975) es la participante más joven. Su proyecto, Noches de San Valentín en el Edén, es un proyecto del año 2006; por tanto, cierra el ciclo de estas tres décadas iniciado con el trabajo anterior de Carnival Strippers de Susan Meiselas. Aquí vemos un trabajo con un corte documental completamente distinto, en los formatos, en la concepción, en el planteamiento…Pero lo que sorprende en primer lugar es que se trata no ya de la documentación de una problemática, la prostitución, sino de la documentación de su ausencia y de las huellas que este acto ha dejado, de los vestigios, de las marcas que sobre las camas de un famoso burdel en Benidorm, donde Alicia Lamarca vive, cada noche de San Valentín, la noche de las promesas de amor, de los regalos y afectos, un momento muy significado simbólicamente, Alicia acude a ese lugar donde el amor es mercenario, para fotografiar de una manera metonímica lo que allí ha sucedido. Son fotografías muy parecidas entre sí, sólo vemos las camas deshechas, pero cuando miramos con detenimiento estas imágenes vamos encontrando pequeños detalles: un condón usado, unas manchas de fluidos corporales, etc. Son sábanas que han vivido y presenciado esa experiencia entre la prostituta y el cliente. Por otro lado, son imágenes que nos remiten a la pintura y a esa tradición de los paños, los pliegues, los ropajes que ha sido uno de los elementos característicos de ciertas escuelas pictóricas. En este caso la sensualidad de la tela y de los claroscuros se nos impone con una brutalidad visceral, porque, en definitiva, no son las capas, no son las túnicas de los personajes, sino el lugar, los lechos en los que han yacido, compartiendo por dinero el amor con unos clientes que en esa noche no tenían a nadie más con quien estar.
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