Dos son los fundamentos de La Exposición Invisible, primera muestra del próximo año en el Centro. De un lado, un impulso antivisual y recuperador de una línea paralela en la historia del arte del último siglo que desafía el estatuto ocularcéntrico, si se me permite la referencia a Martin Jay, en el espacio de exhibición. En este sentido, recorre desde el futurismo, los intonarumori de Russolo, hasta la gran instalación sonora de Janet Cardiff, pasando por artistas como On Kawara y Joseph Beuys.
De otro lado, el comisario, el portugués Delfim Sardo, ha propuesto la inserción de los pasajes y experimentos sonoros como un evento relacional e intersubjetivo. De esta manera, al evitar el dominio de la mirada, al público de La Exposición Invisible le es devuelta cierta fisicidad o corporeidad. Quizá este retorno a una percepción más física quede bien ilustrado con una anécdota, la visita de John Cage en 1951 a una suerte de cubo blanco, la cámara anecoica de la Universidad de Harvard. Tras salir de este habitáculo ajeno al ruido, Cage comenzó a describir dos sonidos muy sutiles al ingeniero, quien, perplejo, respondía: «no puede ser cierto, estás describiendo el sonido de tu circulación y de tu sistema nervioso«. Valga pues esta historia, quizá un tanto exagerada, para referirse a cómo el cubo blanco deja de ser un lugar donde el sentido se impone al espectador para ser un espacio sin jerarquías que activa una respuesta inesperada en el espectador.
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