
La imagen violenta no es una novedad de nuestro tiempo, pero sí se ha especificado e integrado en la red social como una más de sus monedas. Arrasa con toda su fuerza bruta, rapta la atención, paraliza y allana el camino a las interacciones que le son convenientes.
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Recorre la red social un espíritu violento y obsesionado con la conservación de su privilegio. Es desafecto, individualista y frívolo, selectivamente nihilista y cínico[1]. Se manifiesta en sus imágenes y vídeos, en los comentarios, en el fracaso de su moderación, en sus dimensiones y en su ritmo frenético. Esas dimensiones y ese ritmo, características intrínsecas que resultan de su complejidad material —servidores, personal, los dispositivos de sus usuarios, etc.—, son al mismo tiempo instrumentos generales con los que la red social impone un régimen estético. Como el agua que borbolla en una cazuela, cuyas pompas apenas se aprecian unas de otras ni fuera del recipiente ni independientes del calor, la red social impone un marco para el frenesí de emisiones que habilita: las imágenes se ponen en relaciones —extremadamente mediadas— con grupos de personas según produzcan en ellos reacciones que van desembocando en dependencia, como el refuerzo de sus sesgos, el enfado o la indefensión. Más pronto que tarde los usuarios se preguntan cuánto tiempo y esfuerzos hacen falta para que valga la pena arrojar sus esfuerzos a un marco tan hostil, que degrada sus imágenes simbólica y literalmente —por la bajada de resolución[2].
Para acercarnos a las imágenes violentas en redes sociales nos interesan al menos dos convicciones que subyacen a este espíritu violento. La primera: el cuerpo humano es una unidad experimental cuya actividad es modificada por factores ambientales; así que se le puede obligar a padecer todos aquellos estados con los que paralizarla, retenerla y obtener su atención, de la que se obtiene información que luego otras empresas capitalizarán. Como los factores ambientales modifican la unidad experimental —y no se sabe cuánto se puede modificar—, la red social no encuentra motivo para incorporar limitaciones en sí misma más allá del objetivo de acaparamiento de la atención. La subyugación es legitimada con el siguiente supuesto derivado: que cualquier limitación genuina que se autoimpusiera la red social supondría ceder terreno a otras disposiciones de las relaciones interpersonales que también recurrirían a la subyugación y a la violencia —el popular «si no lo hago yo, lo hará otro en mi lugar»—. Por eso la red social amasa competencias tan dispares como entretenimiento, divulgación, propaganda, publicidad y mensajería privada. Está implícito que ponerse limitaciones a sí misma es considerado como dejar sin desafío a los órdenes previos, como una concesión ante sus anteriores gobernantes. Al instrumentalizar los límites de los cuerpos singulares de los usuarios, y al negar sin contemplaciones los límites del cuerpo social que le fue legado, la red social se desvela como una maquinaria en constante pugna por el poder que, además de superar a los órdenes previos en su capacidad de acaparamiento, debe superar la propia sin descanso. Consciente no obstante del régimen previo, no lo podía rechazar su espíritu; jamás hubiese amasado tanto poder sin asumirlo, pues ya se había infiltrado en tantísimos cuerpos; y como lo había asumido, era inevitable que la red social revelara su connivencia con el orden capitalista, extractivista, patriarcal, heteronormativo, racista y supremacista blanco de la violencia contemporánea, a la que ha amparado una y otra vez bajo la insignia de la libertad de expresión y equiparado a la reivindicación de justicia de las víctimas. Era inevitable porque, además, era la decisión más lucrativa.
La segunda convicción deriva de la primera: que no existe nada más conmovedor que el shock. Si no se ve motivo para dejar lo más intacto posible el cuerpo social a causa de la creencia de que éste solo refleja otro orden arbitrario y alterable de capitalización más, la única experiencia conmovedora genuina a la que puede tener acceso un cuerpo singular es al ultraje del shock que la red social provee sin cesar. Es la experiencia predominante: una cadena de shocks que va perturbando la sensibilidad y las facultades mentales del usuario, que apenas tendrá control mientras se le imponga formar parte de ella.
En los siguientes artículos de la serie se abordarán la noción de shock, las formas concretas en que se manifiesta y posibles relaciones con la producción artística de los últimos años.
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Referencias y notas:
[1] Como el término cínico designa actitudes muy diferentes, me remito al concepto de cinismo ético tal y como lo elabora Michael Onfray en Onfray, M. (2002). Cinismo: retrato de los filósofos llamados perros. Alcira Bixio (trad.). Buenos Aires: Paidós. p. 217. Aquí unas líneas:
«[…] podríamos sencillamente asociar el cinismo mercantil al cinismo ético, pues este último fragmento del cinismo vulgar es el motor de los demás, y es el fundamento de los cinismos religioso, político, clerical y militar. […] El cinismo ético se distingue esencialmente por la denegación de la dignidad, la voluntad deliberada de hacer del prójimo un medio para alcanzar los propios fines: el otro es alguien a quien hay que vencer, una presa que debe ser atrapada, un adversario al que hay que reducir. Este último cinismo podría caracterizarse como la quintaesencia de todo cinismo vulgar».
[2] (4 de agosto de 2024). Why Does Instagram Lower Picture Quality. Upgrow. Recuperado el 10 de marzo de 2025 de: <https://www.upgrow.com/blog/why-does-instagram-lower-picture-quality>
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