Granada es fundamentalmente un paisaje
El 16 de junio se cumplen nueve años de la muerte de Antonio Jiménez Torrecillas. Quizá la mejor manera de recordarlo sea seguir visitando, habitando si se prefiere, los espacios que dejó como herencia, principalmente en la ciudad de Granada. Entender la poesía de lo pragmático con la que fueron pensados. Aprender de su cercanía, en la que la tradición se entiende al mismo tiempo como vanguardia. Otra manera de recordarlo puede ser examinar sus fuentes: la importancia del viaje como formación, la transmisión que se recibe de quienes nos precedieron, la riqueza arquitectónica de la arquitectura vernácula, el gusto de su oficio por el detalle y la precisión.
Si algo amó Jiménez Torrecillas durante la realización de sus obras fue la naturaleza misma de la ciudad que habitaba. Vivir en el mundo pero dormir cada noche en Granada. Así, ya en los inicios de su primera gran obra, el Centro José Guerrero, el arquitecto nos indicaba, como análisis de partida, que: «Granada es fundamentalmente un paisaje. Según los datos extraídos del callejero del centro urbano de Granada existen: 119 caminos, cuestas y callejones, 111 placetas y plazas, 26 paseos, aceras y carreras, 3 avenidas y 33 miradores. Granada es fundamentalmente un paisaje. Negar una perspectiva en Granada es tan grave como demoler cualquiera de sus principales monumentos».
Un jardín que contiene el universo
¿Qué nos han dicho de Granada algunas de las figuras fundamentales de la arquitectura contemporánea, más allá de lo que pueda aportar elocuentemente su propia obra construida? Luis Barragán, uno de aquellos maestros indiscutibles de la modernidad, nos legó una visión de la Alhambra, especialmente del Patio de los Mirtos, que continúa siendo un texto recurrente en torno a la sorpresa que proporciona la arquitectura nazarí. Barragán explicaba el asombro arquitectónico a través de una sensación similar a la que tuvo cuando «caminando por un estrecho y oscuro túnel de la Alhambra, se me entregó, sereno, callado y solitario, el Patio de los Mirtos de ese antiguo palacio. De alguna manera tuve el sentimiento de que contenía lo que debe tener un jardín bien logrado: nada menos que el universo entero. Jamás me ha abandonado tan memorable epifanía».
¿Qué Alhambra es más verdadera?
La Alhambra, como no podía ser de otro modo, ha sido materia de reflexión arquitectónica para la contemporaneidad. Álvaro Siza, el gran arquitecto portugués, visitó la Alhambra por primera vez cuando era muy joven, hacia la mitad del siglo XX. «Recuerdo la impresión que me causaron los jardines, el agua, el frescor sobre los árboles y ese mundo maravilloso encerrado en los palacios árabes y en el palacio de Carlos V. Me queda de entonces una sensación de encantamiento que no he perdido. […] Aquel mundo encantado de los palacios árabes era muy nuevo para mí. Solo tenía el precedente de Sevilla y recuerdo el modo en que me cautivó la transición entre los palacios y los patios interiores, esas secuencias entre el interior y el exterior, los cambios de luz con los fondos misteriosos y la penumbra. […] El control de la luz en los palacios y la transición entre interior y exterior: esa es una lección extraordinaria presente en la casa árabe, desde la más humilde a la más suntuosa. En todas ellas encuentras un patio con una luz fortísima, el sol de Andalucía. Luego pasas a un pórtico protegido y en su interior reina una luz más baja que termina por casi desaparecer en los espacios de penumbra. Este contraste de la luz me impresionó muchísimo y ha tenido mucha influencia en toda mi obra. Y en los jardines esa presencia del agua con las fuentes, los canales, las acequias, los estanques, esa sabiduría que respeta el sistema agrícola, la irrigación que toma el aspecto placentero es algo que siempre he tenido en cuenta». A propósito de la Alhambra, el arquitecto granadino Juan Domingo Santos, colaborador cercano de Álvaro Siza en proyectos como el edificio Zaida, apuntaba certeramente la siguiente reflexión: «¿Qué Alhambra es más verdadera? ¿La de Muhammad I, la de Yusuf I o Muhammad V? ¿La de los Reyes Católicos, la del emperador Carlos V o los condes de Tendilla? ¿La de los románticos, la de los impresionistas o la de hoy día? Todas son verdad porque todas han contribuido a construir el monumento que hoy recorremos y admiramos».
Un trozo de cielo en el cielo
Además de la Alhambra, la catedral y su entorno configuran uno de los más importantes hitos arquitectónicos históricos de la ciudad. Y junto a ella, el Centro José Guerrero del que el arquitecto Alberto Campo Baeza dejó escrito: «La Historia es algo vivo, y el tiempo es algo que late. En este caso con muy buen pulso. Y con la consideración de que el punto clave de esta magistral operación arquitectónica es precisamente esa lectura acertada, sabia, de la Historia. La pieza moderna de Antonio Jiménez Torrecillas tiene su razón de ser en ese mirar admirado a la pieza renacentista, cuyo valor queda aumentado si cabe, a través de esta nueva arquitectura de primer orden. Cuando tras el calmo recorrido por las salas del Guerrero lleguemos a ese espacio en todo lo alto, que es como un trozo de cielo en el cielo, no querremos ya nunca marcharnos». Rafael Moneo, por su parte, afirmó sobre este mismo edificio: «la misma intervención del centro Guerrero desde la calle muestra esa exquisitez de quien interviene sin dejarse ver estupenda. Nadie que ame, le guste y entienda de Arquitectura se le escapan esas paredes de piedra elvira tan precisamente cortadas».
Poesía dentro de la Poesía
La belleza espacial y arquitectónica de la Granada clásica ha sido material de reflexión, no solo de arquitectos, sino también de muchos de nuestros más destacados poetas. Ya Ibn Zambrak hacia la mitad del siglo XIV afirmaba acerca de la Alhambra: «¡Cuanto recreo aquí para los ojos!». En época mucho más reciente, el poeta Rafael Guillén nos recordaba: «Dulce y cruel confinamiento el que está rodeado de belleza».
El 18 de agosto se cumplen ochenta y ocho años de la muerte de Federico García Lorca. Pocos textos aclaman la sensualidad de la belleza de Granada como este : «Desde los cubos de la Alhambra se ve el Albaizín con los patios, con galerías antiguas por las que pasan monjas. En las blancas paredes de los claustros están los vía crucis. Junto a las celosías románticas de los campaniles los cipreses mecen lánguidamente su masa olorosa y funeral… Son los patios soñadores y umbrosos…
En medio del gran acorde macizo del caserío los conventos ponen su ambiente de tristeza.
Es algo misterioso que atrae y fascina, la visión del Albaizín desde esta fortaleza y palacio de la media noche… Y el panorama, con ser tan espléndido y extraño, y tener esas voces potentes de romanticismo, no es lo que fascina. Lo que fascina es el sonido. Podría decirse que suenan todas las cosas… Que suena la luz, que suena el color, que suenan las formas.
En los parajes de intenso sonido como son las sierras, los bosques, las llanuras, la gama musical del paisaje tiene casi siempre el mismo acorde que domina a las demás modulaciones. En las faldas de la Sierra Nevada, hay unos recodos deliciosos de sonidos… Son unos sitios en donde de los declives macizos mana un sonido de perfume agreste melosamente acerado.
En los mismos bosques de pinos, entre el olor divino que exhalan, se oye el manso ruido del pinar, que son melodías de terciopelo aunque sople aire fortísimo, modulaciones mansas, cálidas, constantes…, pero siempre en la misma tesitura…
Eso es lo que no tiene Granada y la vega oídas desde la Alhambra. Cada hora del día tiene un sonido distinto. Son sinfonías de sonidos dulces lo que se oye… Y al contrario que los demás paisajes sonoros que he escuchado, este paisaje de la ciudad romántica modula sin cesar.
Tiene tonos menores y tonos mayores. Tiene melodías apasionadas y acordes solemnes de fría solemnidad… El sonido cambia con el color, por eso cabe decir que éste canta».
La arquitectura como registro del espacio y el tiempo es algo que se adensa en Granada. Que se hace corpóreo. Que se hace poesía. El gran poeta Sergio Mayor nos recuerda: «En cuanto a Granada, no sé si es posible la poesía dentro de la Poesía. ¿Qué poema se escribe dentro del Poema que no sea un ejercicio ocioso de estilo, un ornamento, un comentario? La ciudad ya ha sido escrita».
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