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Transformando la ciudad terminada
Entender la ciudad como un complejo artefacto creativo, cultural, socioeconómico, paisajístico, una obra colectiva en la que el ser humano plasma lo mejor y lo peor de su naturaleza y sus capacidades, es una manera de comprender que la ciudad nunca está terminada, por firmes e implantados que puedan parecer sus imágenes e iconos. Más allá de las radicales transformaciones que puedan suponer procesos como la guerra, la mutación lenta y natural de las ciudades nunca se detiene. Este fenómeno, tan fácil de seguir en una ciudad de grandes dimensiones como Nueva York, también puede rastrearse en ciudades pequeñas o medianas, como Granada. Especialmente en los puntos de fricción entre el legado de la historia, las cualidades paisajísticas de su territorio y las propuestas de las épocas más recientes. En este sentido, es posible detenerse en dos obras del arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas: el Centro Guerrero y la estación de metro de Alcázar Genil.
Una mirada cercana: el Centro Guerrero
Un palimpsesto es un manuscrito antiguo que conserva las huellas de una escritura anterior. Un manuscrito en el que se ha borrado, mediante raspado u otro procedimiento, el texto primitivo para volver a escribir sobre él un texto nuevo. La calle Oficios, entorno cercano del Centro Guerrero, es un pasaje de gran interés dentro del casco histórico de Granada donde se puede apreciar la cualidad de palimpsesto de la urbe. En este lugar la ciudad permite leer, en un entorno a simple vista consolidado, perfectamente acabado, las huellas superpuestas, yuxtapuestas, contiguas y en ocasiones contradictorias, de la historia. Una serie de estratos que nos llevan desde el Palacio de la Madraza y la Catedral hasta la apertura de la Gran Vía o el mencionado proyecto contemporáneo del Centro Guerrero, que alberga la obra del artista que alcanzaría madurez y reconocimiento en Nueva York.
El edificio sobre el que actuó, en una de sus primeras obras, el arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas es una discreta pieza patrimonial enfrentada a los muros de piedra del conjunto catedralicio de la ciudad. De planta trapezoidal irregular, heredera de la aplicación de sucesivos planes de alineación a lo largo de la última parte del siglo XIX, presenta una materialidad en la que se articulan dos sistemas constructivos distintos: un muro de carga perimetral de fábrica de ladrillo junto a una estructura de pilares de hierro, empleados para optimizar las luces entre apoyos y generar espacios más diáfanos, que delimitan un cuerpo cubierto por una cubierta de vidrio, a modo de patio de luces que será el distribuidor de las estancias. La estética del alzado a la calle es sencilla y potente. Una serie de vanos rematados por arcos, con un marcado ritmo, dotan a la fachada de un carácter austero a la vez que singular, con balcones agrupados simétricamente, en la que conviven elementos historicistas y eclécticos con la retórica del ladrillo industrial de la época.
La gran apuesta en el proyecto de Jiménez Torrecillas es la de conservar y adaptar todos estos valores heredados, recibidos de la historia anterior, en el nuevo proyecto, sin renunciar a los gestos pragmáticos necesarios para su nuevo uso. Gestos y decisiones deudores, sin duda, de una nueva época a la que hay que atender sin el menor asomo de duda. El Centro Guerrero, en el contexto granadino, supone un ejemplo perfecto de cómo transformar la ciudad terminada.
Nueva York-Granada. Ingenierías con ocho siglos de diferencia
Si en Nueva York el vestigio industrial de Highline se transformaba en una moderna vía verde, haciendo de una infraestructura obsoleta una de las puntas de lanza de la transformación de la ciudad, en Granada dos ingenierías, separadas por ocho siglos de diferencia, iban a equipararse en uno de los proyectos más significativos de los últimos tiempos: la estación de metro de Alcázar Genil.
Justo en el otro extremo sur de la periferia de Granada, situado junto al rio Genil, se alzaba una almunia almohade del siglo XIII, el Alcázar Genil que da nombre a la actual estación. Aunque se han conservado algunos restos del palacete original, la gran alberca (de 121 x 28 metros, aproximadamente), había sido arrasada casi en su totalidad por el desarrollo urbanístico de la ciudad, con las obras para la apertura del Camino de Ronda en 1977. Sin embargo, un pequeño resto de la alberca se conservaría bajo el asfalto de la vía, apareciendo de manera inesperada en el momento de la construcción del metro, varias décadas después. La participación de Jiménez Torrecillas en el proyecto se produce precisamente para dar respuesta a la integración de dichos restos en la estación, permitiendo su visita al situarse como intermediarios entre el nivel superior de la calle y la cota inferior de los andenes. En palabras de Juan Calatrava: «Los restos de la alberca son sometidos a una operación de integración en el conjunto de la estación marcada por una precisión absoluta tanto en lo técnico-constructivo como en lo patrimonial. Se construye una bóveda de hormigón en arco escarzano casi plano, sobre la que apoyan los restos de los muros de la alberca. El suelo con los restos de pavimentación fue retirado, previo cuidadoso estudio, catalogación y dibujo, para ser posteriormente reintegrado una vez finalizada la bóveda. Colgada sobre el espacio de la estación, la estructura para integración de la alberca no solo es visitable sino, que, desde la perspectiva de los usuarios del transporte, permite establecer un diálogo entre dos momentos históricos de la ingeniería».
Granada, aquí, ahora
A una escala mucho más modesta, local y cercana que la mencionada exposición dedicada a la arquitectura española contemporánea, On-site: new architecture in Spain, la visión conjunta de todas las propuestas presentadas a los últimos premios del Colegio de Arquitectos de Granada es una radiografía perfecta, una foto fija, que refleja un instante concreto e irrepetible: la compleja situación vivida a raíz de la inesperada pandemia que paralizó nuestras vidas y que modificó tan hondamente nuestra relación con la ciudad.
Obra nueva, obra residencial, interiorismo, innovación, sostenibilidad, restauración, rehabilitación, urbanismo, paisaje, arquitectura transversal, arquitectura joven y arquitectura hecha fuera de Granada son las categorías en las que se dividen los premios, auspiciados por nombres propios como los de García de Paredes, Leopoldo Torres Balbás, José Guerrero, Antonio Jiménez Torrecillas y Carlos Pfeifer. En el fondo, de alguna manera, esta foto fija representa un instante más en la transformación de la ciudad terminada. El siguiente eslabón dentro de los inacabables ciclos de construcción y destrucción que definen nuestras urbes.
En la Granada más reciente, transformar la ciudad terminada se traduce en conceptos como la abstracción y síntesis de los secaderos, casas y materiales de la Vega, las propuestas para hacer mejor la vida de personas en situación de discapacidad, las soluciones globales de interiorismo, la corrección científica de la restauración. el urbanismo real de la provincia y el paisajismo lúdico de nuestras periferias. Se concreta en ejemplos como la sensibilidad de abrir una ventana en el patrimonio más delicado, la resolución de una escalera como espacio público con un solo gesto, la representación más creativa de la arquitectura en forma de recortable o la vivienda colectiva que integra los ambientes de la arqueología industrial de su entorno.
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