El hombre transparente. Cómo el «mundo real» acabó convertido en big data, Akal, 325 páginas.
El hombre transparente es el hombre contemporáneo, ese en cuya naturaleza se han instalado dos nuevas necesidades, que acaso sean una sola: la del uso de las redes sociales y la de la exhibición impenitente de su yo ante millones de personas. Facebook es su confesionario público, Twitter su bar de la esquina y Pornhub la ventana de su alcoba. Hoy en día nos hemos convertido en una simple interfaz de información digital. La situación es insólita, y ni la percibimos. Somos tantos, además, que las plataformas digitales se han convertido ya en un parche de nuestra inanidad y anonimia. Los problemas que la coyuntura trae de la mano son diversos y numerosos, aunque hay uno que no deberíamos dejar de lado: la sociedad se está polarizando y la crispación en cada barricada crece a un ritmo inquietante.
Estuve con Javier Moreno el fin de semana pasado en Madrid. No lo entrevisté, solo charlamos un poco a la salida de la presentación de un libro. De El hombre transparente solo me dijo que le estaba dando muchas alegrías, pero reproduzco aquí un fragmento de una entrevista que realizó para El diario de Murcia:
«la aceleración de las tecnologías ha adquirido un nivel espeluznante –y francamente emocionante– en los últimos años. Asimismo, resulta evidente que dichas tecnologías (Internet y redes sociales, sobre todo) modifican el modo en el que nos relacionamos y nos proyectamos como individuos. Vivimos estos cambios con expectación y al mismo tiempo sentimos vértigo al plantearnos hacia dónde pueden conducirnos. Se trata de una postura ambivalente, una contradicción que nos sume en una mezcla de éxtasis y desconcierto. […] Con el nacimiento de lo que yo denomino como ‘sociedad plasmática’, la sensación de alienación social se acelera. Acabamos viviendo en una burbuja personal de gustos e intereses (generados en muchos casos por algoritmos de recomendación) que creemos compartir con los demás y que, sin embargo, solo nos refleja a nosotros mismos».
La escisión entre la tecnología y la sociedad es solo aparente, y la transparencia puede ser la ideología que ayude a conectar ambos mundos. Esta escisión, y su intento de sutura, nos conecta con uno de esos significantes que definen nuestra sociedad contemporánea, y que quizá pueda contenerla en su acepción más patológica: el narcisismo.
Este libro no solo será útil para entender algunas claves que a muchos se nos escapan para entender nuestra relación con el mundo digital (recordemos que Moreno es poeta, novelista y matemático: no se me ocurren mejores herramientas para convertirse en nuestra guía), sino también para advertirnos sobre qué pueden estar haciendo esas relaciones con aquello que siempre hemos considerado una premisa y quizá pronto se convierta en una disolución: nosotros.
Aportamos como ejemplo de escritura un fragmento de la obra en el que Moreno compara la sigmoide (que ilustra muchos procesos naturales y curvas de aprendizaje de sistemas complejos) con un cuadro japonés del siglo XIX, La gran ola de Kanagawa, de Katsushika Hokusai. La hibridación de disciplinas dominadas por el autor —entre las ciencias y las letras—, hacen de él un nuevo hombre renacentista, lo suficientemente ecléctico —y transparente, pues vive en el presente— como para hacer que no solo la literatura, la psicología o las matemáticas se puedan incorporar a su discurso, sino que lo haga también el arte, permitiendo que nosotros podamos incluirlo en nuestra sección de El arte en la literatura moderna. Porque este libro, que puede considerarse un ensayo escrito por un matemático, es también una obra literaria concebida por uno de los pocos escritores españoles que escriben a las órdenes de esa variable que precisamente el mundo que describe en El hombre transparente hace cada vez más esquiva: su propia soberanía.
Katsushika Hokusai, pintor japonés del siglo XIX, fue autor de grandes obras, entre ellas la conocida como La gran ola de Kanagawa. Pocos cuadros a lo largo de la historia han suscitado la fascinación con la que miramos esta estampa creada alrededor de 1830 (cientos de copias circularon por Europa a lo largo del siglo XIX y parte del XX, en un proceso de difusión artística que podría considerarse retrospectivamente viral), la primera de una serie que llevaba por título Treinta y seis vistas del monte Fuji. En efecto, en el centro derecho de la imagen vemos el monte Fuji. La ausencia de la línea del horizonte hace que el monte se confunda con una ola más del océano, y la nieve que cubre su cima con la espuma amenazante de las olas. Hay una dimensión analógica en la imagen (nieve/Fuji=espuma/ola), una dimensión que convive con la escena trágica que padecen los pescadores en sus barcas. La estampa de Hokusai está influenciada por la pintura paisajística china del estilo san-shui (literalmente: montaña-agua), cuyo objetivo es representar una o varias de las dualidades forma-informe, móvil-inmóvil, alto-bajo… En la imagen, en efecto, conviven en armonía el agua (informe, móvil, baja) con la montaña (dotada de forma, inmóvil y alta). Añadidos a esta superposición simbólica, casi invisibles por el tamaño ingente de las olas, apreciamos dos oshiokuribune, barcazas rápidas que se usaban para transportar el pescado vivo hasta la tierra. Los pescadores se asoman por la borda, sujetando con fuerza los remos, temerosos tal vez de ser engullidos por la gran ola que se abalanza sobre ellos con su espuma que simula las garras amenazantes de una fiera. Por encima de todo, como última solución simbólica a la tensión de esta escena repleta de terrible belleza, podemos observar que la superficie curva de la gran ola y del espacio sobre el que amenaza romper guardan una simetría casi perfecta, como las dos partes del símbolo ying-yang.
La gran ola de Kanagawa, de Katsushika Hokusai (imagen de WikiImages en Pixabay) Holkusai desconocía la existencia de la curva logística cuya gráfica se asemeja al perfil de su gran ola. La curva logística (conocida también como sigmoide o curva-s) modela, como ya dijimos, el crecimiento primero exponencial y más tarde asintótico propio –bajo ciertas condiciones– de la reproducción de especies, del retorno de un estado en una red social o de la evolución de una startup.
Podemos interpretar ahora el papel de los pescadores en la estampa de un modo no estético sino económico. Los pescadores representarían la angustia de los explotados por la dictadura de lo viral. Los pescadores son la insignificancia mediática, la pobreza de capital e-mocional. Nada cuesta imaginar a unos surfistas encaramados a la ola. Son los influencers, los youtubers, admirados y envidiados por el lumpen ciberproletariado e-mocional. Ellos miran erguidos desde las alturas, planean seguros sobre ese peligro que amenaza al resto: un puñado de hombres inclinados, humillados junto a sus remos-teclados.
Ahora sabemos que Hokusai no pintó La gran ola de Kanagawa sino el funcionamiento de las redes sociales. Tal vez, eso sí, alguno de los pescadores sobreviva al golpe de la ola y viva para contarlo, para convertir su historia en un nuevo trending topic: #ay-ay-ay-hokusai.
Las redes neuronales, uno de los algoritmos fundamentales en los que se basa la Inteligencia Artificial, simulan el funcionamiento de una red de neuronas biológica. Alimentada con una matriz de datos que harían las veces del material suministrado por la percepción, esa red se estructura en diversas capas hasta producir una salida (output) que difiere normalmente del resultado esperado (matriz de supervisión). El error (la diferencia entre el output y la matriz de supervisión) puede corregirse (entrenarse) a través de un procedimiento de retroalimentación hasta conseguir que dicha red se aproxime lo suficiente a la solución esperada. La activación de una neurona depende de que la combinación lineal de los estímulos (datos) provenientes de la capa anterior, ponderados por lo que se conoce como pesos, supere cierto umbral (sesgo). El resultado de esta operación es evaluado por una función de activación. La función de activación más utilizada en los algoritmos basados en redes neuronales en la sigmoide, la curva logística. Otra ola.
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