El rumor se escucha en los mentideros de la política cultural española. Parece ser que ha llegado al Ministerio de Cultura un informe elaborado por varias asociaciones de «expertos» en el que se detalla un plan completo de reforma del museo Reina Sofía de Madrid, que habrá de ponerse en marcha ahora que se renueva su cúpula directiva. El programa ha sido firmado por agrupaciones civiles —«Sociedad en defensa de los derechos de los domingueros» y «Los mismos. Promoción cultural nacional», entre otras— y algunas de carácter empresarial, entre las que han tomado parte muy activa aquellas que agremian a periodistas culturales con más periodistas culturales. Lo secundan, asimismo, varias galerías madrileñas y una plataforma creada ex profeso en estas últimas semanas para apoyar este cambio en la institución, que se guía por lemas tales como: «Sí al arte inmersivo, no al subversivo», «Queremos consenso, no historia» o «Más memes, menos quinceemes».
Según he podido saber por una entrevista grabada, el cabecilla de la plataforma que está detrás de la redacción de ese dosier ha asegurado que, a partir de ahora, el arte que se exponga en el museo tiene que estar abierto a todo tipo de gente (aunque tampoco ha especificado quién es para él esa gente) y ha de favorecer el consumo local: «La cañita después de la exposición también forma parte de la experiencia estética, no podemos olvidarlo. A veces el arte es la antesala de la cervecita. Y no tiene nada de malo», ha subrayado. Y añade entre risas que por eso él llama al suplemento cultural de El País «el Bebelia», pues «el museo tiene que funcionar también a ese nivel […], el museo tiene que atraer gente y hacer que se lo pase bien. Tiene que establecer puentes entre la obra y el bolsillo del espectador […]. Un museo de arte contemporáneo ha de cumplir con su misión de ayudar a la creación joven y emergente, pero la emergente de siempre, hombre (sic), la emergente de antes y la de aquí. No cualquiera puede ser joven. Hace falta una experiencia. Nosotros, los de aquella generación, la tenemos. Antes, en los ochenta, por ejemplo, se era más joven, más alegre y eso ahora se ha perdido. Hay gente que tiene una carrera pública muy consolidada en esto de ser joven, algunos cuentan con hasta cuarenta años de veteranía, ¡y ahora nadie se lo reconoce! Es una injusticia. La cultura tiene que seguir siendo la Cultura de la Transición, aunque por economía la llamemos solo la Cultura». Finalmente ha puntualizado: «Eso no quiere decir que no haya que modernizar el discurso y las estructuras del museo. Al contrario, hay que hacerlo ahora más que nunca, por eso sugerimos esta reforma, que acerca el museo a un tejido empresarial renovado y lo sitúa en sintonía con los fenómenos más punteros y las iniciativas más queridas por el gran público».
El proyecto plantea una ampliación muy ambiciosa de los espacios del Reina a través de una fusión con Caixa Forum Madrid y otras pequeñas entidades de la zona. Para comunicar las dependencias entre ambos, se prevé la construcción de una inmensa pasarela de lunares, diseñada por Yayoi Kusama en colaboración con Pedro Almodóvar, que recorrerá todo el Paseo del Prado hasta llegar a la Estación de Atocha. En el interior, el visitante podrá deleitarse con las instalaciones audiovisuales y multisensoriales que recrean y vuelven interactivas las obras maestras de la pintura española del siglo XX. De hecho, ya se ha encargado a Antonio López (siempre a la vanguardia) que continúe su saga de retratos de la familia real con un gran lienzo de Froilán, otro de Victoria Federica y uno más del Emérito en Abu Dabi, que serán después digitalizados y proyectados en las paredes o en los dispositivos móviles de los espectadores a través de un código QR. Las cartelas y textos de sala dejarán de existir en la mayoría de espacios, aunque queda por determinar si en algunos se mantendrán los códigos para acceder a determinados contenidos creados por youtubers de reconocido prestigio. Puede que el nuevo Reina no sea muy interesante pero se verá más rápido y quien venga con niños tendrá derecho a saltarse las inmensas colas que se esperan a las puertas de su taquilla. Además de hacer el arte más asequible, otra de las ventajas del proyecto es que este enorme pasillo incluirá dentro de las salas una serie de experiencias culinarias que actualmente pueden encontrarse en los alrededores. Así, ya no hará falta salir del recinto para disfrutar del museo del Jamón o el Rodilla del túnel de Atocha —que está perfilando unos sándwiches con forma de menina de Diego Canogar—, pues estos estarán integrados a las estructuras del museo, un reclamo popular sostenido en el tiempo que por fin se hará realidad. De la misma manera, se está estudiando una colaboración estrecha entre el Reina Sofía y Árticus para la temporada navideña que facilite al visitante la adquisición de packs de entadas y bonos descuento en la cafetería. Los expertos confían en que el nuevo Reina huela a mahonesa y churros.
En lo que se refiere a la colección y el discurso expositivo habrá no pocos cambios. En el informe se recoge también que existirá una planta entera dedicada a todo ese «arte español, pasado o presente, que algunos llaman hegemónico y que no les gusta pero que a partir de ahora volverá a ser la cruzada y prioridad de nuestra institución». Se sospecha que este espacio gozará de una paulatina independencia hasta que pueda funcionar como institución autónoma pero integrada físicamente, eso sí, en los grandes almacenes del arte en que se va a convertir pronto. Se llamará Museo Español de Arte Reaccionario (MEAR, por sus siglas) y su equipo directivo estará compuesto por tres catedráticos muertos, tres mánager expertos en márquetin y más periodistas culturales. En la segunda planta se destinarán 14 salas al Guernica, con réplicas de la pieza en distintos formatos y materiales, luces y colores. Serán varios los espacios dedicados a la Transvanguardia y a la pintura española contemporánea con todo lienzo que se encuentre en sus depósitos, y alguno más que pueda adquirirse en el Rastro, pues ha de quedar claro, dice el informe, que durante este tiempo, «la pintura española no estaba muerta, que estaba de parranda». Completarán esta sala dibujos de Miquel Barceló y catálogos carísimos de cuadros estilosos, que podrán manipularse en mesas y sofás de sky patrocinados por alguna casa de muebles, para que de esa forma haya también algo instalativo. El visitante también podrá apreciar lo importante que es la política, o lo político (no hagamos ahora muchos distingos) en una sala dedicada al arte disidente actual de distintas partes del mundo. En ella se verán, entre otros, los trabajos de Ai Wei Wei, quien está ideando performances y site especifics con cerámica de Talavera y tortilla de patatas. No podemos dejar de mencionar que habrá también un espacio íntegramente destinado a exponer obras de grandes mujeres artistas (a ser posible que se entiendan y que pinten de una en una), con comisariado permanente de Antonio García Villarán.
No son pocos los líderes de los principales partidos políticos —dicen algunas lenguas— que están entusiasmados con la propuesta y harán lo posible para que este sueño sea más que real, efectivo. De hecho, algunas fuentes hablan de que han tomado la delantera a las asociaciones y están pidiendo a la prensa que abone el terreno para esta gran transformación, como últimamente se está haciendo tan palpable en las páginas de ciertos rotativos.
Por ejemplo, gracias a las laboriosas pesquisas que han llevado a cabo algunos periodistas de la prensa (muy) patria, hace pocos días supimos que ya no vivimos en el pasado siglo. No parece descabellado cavilar que a una parte importante de los lectores la noticia le haya cogido por sorpresa o le haya incomodado. El hallazgo —el hecho de que «esto ya no es el siglo XX» (¡coño!)—, ha debido de iniciar algunas mudanzas en los organismos culturales de España, avanza el informador. Hablando en concreto de la gestión del director saliente del museo Reina Sofía, el autor del textículo, que confiesa sentir un gran descreimiento de «la política», un vacío ideológico tras su «añorada Transición» (no sabemos si se ha persignado al pronunciar su nombre) y un total desinterés por el 15 M («fue un simulacro del simulacro»), revela que él hubiera preferido que el director que ahora se marcha se hubiera limitado a hacer «pequeños cambios» en la institución y no «tomarla por asalto». No hace falta hacer osadas piruetas interpretativas ni ser el más ducho hermeneuta para intuir que hay quien no quisiera que determinadas voces entrasen en las instituciones ni por asalto ni por concurso ni por voto ni de ninguna manera. Igualmente, parece sencillo intuir que el periodista hubiera deseado que esos cambios, además de mínimos, fuesen de esos lampedusianos que se hacen para que todo siga igual, para que todo (y ante todo los poderes) hubieran continuado como estaban durante su recordada Transi. O incluso antes. A buen seguro le gusta ese nuevo Reina.
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