Hoy ha muerto Enrique Novi. Periodista, crítico musical, dinamizador de la escena cultural granadina desde los noventa, dueño de La estrella. Trabajó en el diario Granada Hoy durante 15 años y fue programador musical de la sala Planta Baja durante 20. Hombre culto, amable, libertario, con un grandísimo bagaje musical.
Todo el mundo que lo haya conocido sabe que el tópico de que se habla bien de quien fallece porque fallece resbala en esta breve noticia para salir disparado contra la cara de quien plantee ahora la sospecha. Yo lo conocía poco pero no hacía falta haber hablado mucho con él para saber cómo era. Se trataba de esa clase de personas de las que, a pesar de darte cuenta de que es demasiado experimentado, sabio y complejo como para conocerlo en profundidad en poco tiempo, algo enraizaba de forma palmaria tras una primera conversación: quien tenías delante era alguien honesto. Un hombre tranquilo. Fundamentalmente, una buena persona. Y era algo extraño constatar eso y constatar al tiempo que parecía que hubiera salido de la película 300. Me refiero a últimamente. La foto de arriba es algo antigua y no tiene barba.
Que vuelva a existir gente como Novi es fundamental en cualquier sitio. Gente que quiera montar un bar para poner buena música. Gente que decida aceptar la propuesta de un periódico para contar de verdad lo que piensa. Gente que sepa que la sencilla idea que tienes para comenzar a hacer algo debe permanecer hasta el final, no subrogarse a otras que las circunstancias necesiten imponer. No lo hacen si no dejas que lo hagan. Gente que sepa que la dignidad es la única identidad que existe y que solo con ella podemos mejorar algo nuestras pequeñas vidas y las de los demás.
Antes de la pandemia, cuando dejó de ser un habitual del periodismo y tomó el testigo de Mauri en La estrella fui a verle para plantearle que escribiera una sección en este blog. Yo ya iba al Planta en los 90, y si entonces había hecho de aquel mítico local mi lugar habitual durante los fines de semana fue gracias a él. Le conté eso. Hablamos de aquel fanzine que sacaban. Hablamos de su trabajo en el mundo del periodismo musical, del mío en el mundo del periodismo musical. Planteamos el contenido del blog, parecía interesado en mantener un pequeño altavoz desde donde pudiera hablar de música, pero no terminamos de cerrar el asunto. Me recomendó Hijos de la Anarquía. Nos perdimos en nostalgias de los noventa propias de la mediana edad. Me invitó a los dos tercios que me bebí.
Hablamos alguna vez más, meses después, de forma más fragmentaria, él tras la barra. Sobre aquella canción de jazz funk de los 70 con flauta travesera que yo había escuchado por primera vez en el Planta y que acababa de poner. Sobre La broma de Milan Kundera, que yo había devorado tras leer un artículo suyo sobre ironía y libertad. Sobre Pablo Iglesias. Sobre mascarillas. Sobre fumar.
Hace tres semanas estuve allí. Las anteriores veces no había visto a Novi al otro lado de la barra. Ya me habían comentado que algo iba mal. No tenía claro qué era más allá de saber que se trataba de una enfermedad. No parecía que nadie quisiera contar mucho, yo no preguntaba. Al final, hace tres semanas, casi casi le pregunto a la sonriente camarera que siempre está allí desde hace un par de años y con la que alguna vez charlé tras el confinamiento. Cómo está Novi. Sabes si va a volver.
Al final no le pregunté nada. Al salir alcé un brazo para decirle adiós. Estaba escarbando el hielo. No me vio.
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