Lagon Revue es una iniciativa anual y colectiva de edición de cómic en activo desde 2014. Buena parte de su equipo editorial, compuesto por Alexis Beauclair, Séverine Bascouert, Sammy Stein y Jean Philippe Bretin, es francés o tiene alguna vinculación con la lengua francesa, mientras que la selección de artistas es internacional. Al arraigo del cómic en la tradición cultural gala se suma la potencia conectiva de la red y la recuperación de la risografía como estrategia de revalorización del cuerpo de la imagen, incluso cuando la elaboración de algunos de los cómics implicaron procesos digitales. Marécage, como cualquier otro número de Lagon, es el producto de atar pequeños cómics independientes, como ocurre en las antologías o las revistas de cómic de la suerte de las francesas Métal hurlant o (A Suivre), o en las estadounidenses Heavy Metal y Creepy. Entre ambos planteamientos compilatorios detectamos al menos una notable diferencia: la tradición de las revistas de cómic del siglo pasado está muy marcada por géneros delineados que, en el mejor de los casos, se hibridan entre sí. De las esferas del superpoder, la ciencia ficción, el terror y el erotismo dirigido al público masculino y heterosexual brotaron centenares de cuentos intrascendentes, muchos salidos de esquemas sencillos de estructuración, como el método de división de competencias atribuido a Stan Lee. La contracultura se arrogó la falta de pretensiones, la inmundicia como contexto preferente y la riqueza de espíritu que forja asumir su pobreza: Robert Crumb sigue resplandeciendo por ello.
Marécage, sin embargo, exhibe las mismas liberaciones que ha experimentado el ecosistema del cómic en las últimas décadas. Los géneros se han diluido; la subversión de la corporalidad del libro ha primado sobre prototipos narrativos agotados; el monólogo interior invade las formas del cómic como lo hizo con la literatura de finales del siglo XIX; y el apartado pictórico-gráfico está menos condicionado que nunca, ni al icono ni a la figura. La estructura interna de Marécage sigue un criterio de alternancias sensibles de estados de ánimo y abordajes de la secuencialidad o de la interacción entre palabra e imagen. Las aportaciones más conservadoras se apoyan en la dinámica de narración lineal de una historia mediante viñetas, a la que se adscriben Leomi Sadler, Léopold Bensaid y Melek Zertal. Desde la cómoda meseta de la convención se distinguen por sus elipsis más o menos violentas o su articulación del dibujo. Maren Karlson, Laura Brothers, Manon Wertenbroek y el dúo compuesto por Ellie Orain y Hugo Ruyant ocuparán las antípodas con su inmersiones en la abstracción o, sencillamente, al prescindir del tiempo como factor en la construcción de una serie de imágenes. Con las aportaciones de Karlson y Thomas Bayrle atendemos a un fenómeno significativo de la inclusión del lenguaje ornamental en el cómic. La viñeta, en calidad de herramienta de ordenación, ya no es necesaria, y el tránsito de izquierda a derecha de la mirada deja de significar progresión en el tiempo. Si de la repetición de toda forma resulta un patrón; si en todo patrón está implícito su extensión hasta el infinito; y, si en este territorio definido por un patrón la dirección en que el ojo lo recorre resulta irrelevante, entonces el tiempo queda congelado, paradójicamente, en un dispositivo como es el libro, que arrastra, en calidad de consecución física, el yugo de lo temporal. Lo que ocurre, pues, es que la dinámica de administración del tempo interno del contenido de un libro pasa a ser una dinámica estricta de conservación y diseminación de sus entrañas. Si en ellas hay imágenes, las comprenderemos de manera más parecida a como nos la ha concedido el lienzo durante siglos: con autonomía.
Bayrle aplica la repetición inherente a la secuencialidad del libro a formas específicas que apila hasta componer grandes cuerpos en actitud sexual. Bayrle aborda la repetición con un rol diferente al de la repetición de la viñeta o de las figuras de un cómic tradicional: convierte las formas repetidas en células, en los elementos constitutivos de otras formas superiores con las que articula su exposición de los acontecimientos, sin una vinculación temporal con la posterior ni con la de atrás. Como Bayrle, Michael Robbins comparte fascinación por lo sexual, pero su abordaje narrativo, a diferencia de su pegajosa fábula, es totalmente convencional. Los demás artistas se sitúan en estadios intermedios y exploraciones temáticas plurales. Chris Harnan mantiene la fragmentación de la página de cómic por viñetas y ofrece un paseo por formas geométricas sencillas, coloridas y planas que evocan construcciones arquitectónicas en perspectiva lineal, reducciones del apartado gráfico de videojuegos de los años noventa y principios de nuestro siglo. Por medio de la insistencia del negro en sus composiciones, Harnan apela a la noche; el espíritu lúdico y bailarín de sus simplificaciones geométricas confluye con lo que permanece secreto y su revelación. Si el temor a lo desconocido es connatural a la falta de luz, Harnan invita a sacar valentía y redirige la atención del lector a la tensión presente tanto en la actitud de juego como en la noche. Completará su aproximación al casino con montones de elementos circulares en los que parecen converger cuatro alusiones: la iluminación artificial, las fichas de apuesta de los casinos, la moneda y el vigor del tahúr, administrado en empellones, en reiteraciones obsesivas de su búsqueda de placer.
VV AA (2019). Marécage. Bresson: Lagon Revue.
Deja una respuesta