Yo no sabía lo complicado que es fotografiar a un insecto hasta que esta mañana, durante la hora del paseo, logré hacer una foto bastante decente de una oruga suspendida sobre el vacío entre dos tablas de madera. Le colgaba medio cuerpo y se retorcía tratando de encontrar un punto seguro al que aferrarse. Tenía unos colores vivos que con el tono y la textura de la madera creaban un contraste magnífico. Era una criatura asquerosa y fascinante al mismo tiempo. Seguro que, desde su perspectiva, desde su visión con un montón de ojos, yo sería una masa informe y repugnante, incapaz de comunicarme con el resto del mundo, lo que no se sitúa muy lejos de la realidad. La luz caía de lado, así que aunque el fondo quedara borroso, se apreciarían las vetas, las heridas y los nudos de la pasarela de madera y la nitidez casi alienígena de la oruga en primer plano. Al concentrar el enfoque sobre el suave pelo que recubría a la oruga, sus diminutas patas y unas púas que extrajo en cuanto se vio reflejada en la lente de mi cámara, obtuve una imagen que de alguna manera explica en qué cosas me he ido fijando últimamente. Describe lo que he intentado hacer aquí, y en mayor medida lo increíblemente perdido que me encuentro hoy. Por supuesto, en cuanto di por buena la foto me alejé lo más rápido posible del insecto. Me acordé de que en la ciudad existe una especie de oruga que cae de los árboles enfermos y provoca urticarias si entra en contacto directo con la piel. Es una lástima que no tenga el negativo a mano: al trasluz, la oruga parece un visitante del espacio exterior transportando pésimas noticias.
La oruga también me recuerda que sé menos cosas de lo que realmente creía. Mi convicción de que tomar distancia es la respuesta para entender los hechos corre serio peligro. Mi historia puede sonar a cuento menor, pero estoy en un momento de mi vida en el que la más mínima anécdota parece atravesar un punto de no retorno. He sido testigo de un gran suceso. ¿Y quién no lo es, cuando se está en el centro de una espiral? Pero una fotografía no puede mostrar el verdadero carácter de lo ocurrido, a menos que de algún modo deseemos verlo. En mi nuevo oficio estoy obligado a mirar lo que sucede con varios ojos, como la oruga; ocuparme de estar en el lugar apropiado y en el segundo preciso, llamando poco la atención, y así atrapar la imagen que he ido persiguiendo. Por eso, cuando he tenido la percepción de que mi verdadero ojo fallaba, creo que es mejor dejar de hacer fotografías y pensar en ellas.
No hay forma de explicar cómo el tiempo ha transcurrido sin dar continuidad al pasado que lo precedía. Tampoco sé qué pasará de ahora en adelante. El tiempo corre, lo sé, a un ritmo distinto durante el otoño. Pronto llegarán los visitantes, y su función como visitantes no es darse cuenta de las cosas, sino aprobar o criticar mi trabajo. Yo les veré deambular por la galería, lentamente, como si estuvieran caminando bajo el agua, y no podré hacer nada para guiarles a la superficie.
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