En el segundo capítulo de El ver y las imágenes en el tiempo de internet, Juan Martín Prada se sostuvo sobre Aubert y Bauman para referirse a un culto a la urgencia muy familiar para con las premisas del artículo anterior. Detalla la forma que toma la percepción del mundo según el tiempo contemporáneo, roto en instantes que se sobreponen, y cuyo conjunto estimula sin descanso. En su esfuerzo por delinear con precisión este modo de percepción de la conciencia contemporánea, Prada alude a los estados hipnóticos, al mutismo del estar absorto ante las pantallas. La constante entrada y salida de una página web a otra, la paciencia interrumpida por alarmas y notificaciones y el ofrecimiento de la distracción como refugio enlazan con necesidades adquiridas en relación al cuidado de las relaciones interpersonales y a la disponibilidad laboral. De no ser por las fechas, que no cuadran, y por la paroxística y solitaria reflexividad –aunque nunca sea suficiente– del texto, a todos se nos haría más cómoda la analogía entre esta absorción y el soliloquio del Innombrable, el prolijo retrato beckettiano de la conciencia devastada e irrecuperable, para la que la memoria no registra mucho más que los posos de su falibilidad:
«[…] encontrar la puerta, abrir la puerta, caer, en el silencio, no seré yo, yo permaneceré aquí, o allí, mejor allí, no seré nunca yo, todo eso se hizo ya, está dicho y redicho, la partida, el cuerpo que se levanta, el camino, en colores, la llegada, la puerta que se abre […] digo lo que oigo, oigo lo que digo, no sé, lo uno o lo otro, o los dos».
De esta interminable diseminación de estímulos que permite el dispositivo conectado a la Red sería posible teorizar sobre una nueva vertiente de lo sublime, inalcanzable, no obstante, cuando se está dentro del torbellino, a diferencia del estado que persiguieron los paisajistas románticos y según el cual vertebraron su pintura. La conciencia de la propia pequeñez frente al descomunal paisaje volátil de hazañas, anécdotas, rumores, información y mentiras de la Red incentiva el lánguido amago, destinado al fracaso, de apresar cualquier cosa de la que intentar ordeñar una vivencia real. La inmensidad de la Red corroe la conciencia como un murmullo a través de las ventanas emergentes, de cada enlace, hipervínculo y notificación, pero la satisfacción nunca aterrizará sobre el espíritu de los usuarios –los sujetos de la Red–, pues el funcionamiento de la Red consiste en una tensión irresoluble en la que está integrada la novedad. De la ecuación en la que entra cuanto está por venir se obtienen las conclusiones a las que llegaría cualquiera que mirara al infinito y solo obtuviera un reflejo, prolijo en horrores, de sí mismo convertido en la hormiga que siempre anidó en su interior.
Es pertinente hablar de un efecto paralizante que deviene al menos desde dos frentes: de la inyección de sed, ya descrita, de descubrir el mundo cuya puerta cabe ahora en la palma de la mano; y de una nueva delimitación espacial que desacraliza los lugares y los hace prescindibles, como comentamos en el artículo anterior. Si, como indica Castro Flórez, «la arquitectura contemporánea es un dispositivo de aceleración y racionalización de los desplazamientos humanos», dichos procesos encuentran su complemento ideal en los dispositivos, en la medida en que agilizan y racionalizan los comportamientos cuando la estructuración del espacio no es suficiente para condicionar la actividad humana. Si nos abren la puerta al entretenimiento, a vallas publicitarias, herramientas laborales, portales de compra y fuentes de información, el sentido de los lugares se arriesga a difuminarse, y su consistencia se atendrá a la rigidez de sus dinámicas y a la viabilidad del funcionamiento de los dispositivos en los mismos. Incluso las redes sociales son polivalentes y funcionan hoy, por ejemplo, como principal fuente informativa para los jóvenes estadounidenses de entre 13 y 17 años, según Commonsense y SurveyMonkey. Por su parte, la maquinaria de Amazon facilita la adquisición de bienes por todo el mundo, altera su tejido comercial y explora el mundo en lugar de sus clientes, reservándose para sí su conquista. El fenómeno cuasimoral del turismo –también impulsado por otras plataformas, dedicadas a la evaluación de los lugares, a la delineación de lo visitable y a la proliferación de posadas improvisadas– parece haberse responsabilizado del sedentarismo que cabría esperar de la posibilidad de recibir en casa cualquier compra. El deber de visitar otros lugares y coleccionar el recuerdo de sus vericuetos también condiciona la mirada, y lo hace con arreglo a una posición urgente desde la que experimentar el mundo que da origen a planteamientos sobre el ámbito del arte tales como producir obra.
«La televisión habla al cuerpo» concluyó el sociólogo belga Derrick de Kerckhove en La piel de la Cultura y de la Inteligencia Conectada, en referencia al titileo de las pantallas de televisión, que bombardean el sistema nervioso de los espectadores de manera ininterrumpida, lo que en ellos provoca «lo que en psicología fisiológica se llama respuesta de orientación (OR)». Las nuevas tecnologías participan de estos procesos de condicionamiento del cuerpo para obtener la atención, o el pálpito primario, de los individuos. Carmen Pardo Salgado, profesora e investigadora, ha llegado a hablar de la implantación de automatismos mentales, como los tics de atención a los dispositivos aunque no nos hayan intervenido con su llamamiento, con lo que corrobora la idea de la modificación de nuestra estructura perceptiva. A la progresiva construcción de esta dependencia se apila la vulnerabilidad de nuestra memoria. Estos cuerpos oscuros, rutilantes, refinados, dotados de algo parecido a la vida por medio de trasuntos de la arquitectura natural, intimidan en la medida de la eficiencia de sus posibilidades, y seductor es su potencial archivístico; una vez el usuario los responsabiliza de cuanto debería esforzarse por recordar –en el envés utópico de este artículo reposa la creencia de que puede hacerlo–, asume que la mejor respuesta a la flexibilidad de las capacidades memorísticas humanas es la claudicación, e hinca la rodilla ante las memorias externas. Quizás no haya obra que sintetice mejor el tronco de nuestros días, conducto del latido de los calambres, ajenos a las manecillas internas, que aquella trompa robótica que barría un ambiguo jugo parecido a la sangre, o a la sopa prebiótica, para mantenerlo dentro de su perímetro, en una jaula de cristal en el pabellón principal de la Bienal de Venecia de 2019. La concluyente efectividad de Can’t Help Myself (2016), de Sun Yuan y Peng Yu, una más entre las abundantes descripciones de la afianzada simbiosis entre la carne y el hierro, solo precederá, a mi juicio, a la siguiente revolución tecnológica.
Bibliografía:
Beckett, Samuel. Santos Torroella, R. (trad.) (1971). El innombrable. Madrid: Alianza / Lumen. ISBN: 978-84-206-7282-3
Castro Flórez, Fernando. (2009). Una “verdad” pública: Consideraciones críticas sobre el arte contemporáneo. Madrid: Documenta Artes y Ciencias Visuales, Universidad Autónoma de Madrid. ISBN: 978-84-96130-43-2
De Kerckhove, Derrick. Alemán, David (trad.) (1999). La piel de la cultura: investigando la nueva realidad electrónica. Barcelona: Gedisa. ISBN: 84-7432-751-2
Prada, Juan Martín (2018). El ver y las imágenes en el tiempo de Internet. Madrid: Akal. ISBN: 978-84-460-4605-9
(2019). New Survey Reveals Teens Get Their News from Social Media and YouTube. Common Sense Media. Recuperado de <https://www.commonsensemedia.org/about-us/news/press-releases/new-survey-reveals-teens-get-their-news-from-social-media-and-youtube>
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