Furst_Ori (colectivo formado por los artistas Sergei Furst y Francesca Ori) ha desarrollado su obra en torno a la impronta y evolución que los avances tecnológicos han ido ejerciendo sobre el comportamiento humano. Hasta el próximo 22 de febrero podremos asistir en la Corrala de Santiago a Comité de Instrucción Visual, exposición que toma su nombre del proyecto que la Oficina Colonial británica impulsó desde los primeros años del siglo XX hasta el final de la Primera Guerra Mundial para generar en los niños un arraigado sentido de la ciudadanía y de pertenencia al imperio. Se pretendía que, a través de una lectura sesgada y dirigida de las imágenes realizadas en el vasto y deslabazado territorio, los niños pudieran saber, o más bien asumir, quiénes eran. El proyecto puede entenderse como el intento de construcción de una identidad común, como el modo en que el estado creaba una huella dactilar comunitaria en la que todos sus ciudadanos pudieran reconocerse. Una parte importante de esta exposición se centra en la exhibición, descontextualizadas y manipuladas (una ironía que pone de manifiesto su original manipulación y descontextualización), de algunas de estas imágenes, lo que, junto a otras piezas clave como la urna con dedos y huellas de personajes de ficción de la cultura como Joseph K o R. Raskolnikov (donde se subraya la especificidad de sus identidades, potencialmente dañinas para la creación de un estado homogéneo, limpio de sinrazón, manejable y en absoluto libre), dan sentido al conjunto de la muestra.
A medida que avanza la historia, el poder se ha ido haciendo cada vez más consciente de la importancia que tenía la sutilidad, la invisibilidad y el camuflaje para ejercer plenamente su labor. En estos términos, su evolución histórica no se realiza a través de una progresiva holgura de las cadenas que unen al ciudadano al poder, sino de una sofisticación en la articulación y el despliegue de estas. La invisibilidad del yugo es el verdadero yugo, hoy lo constatamos, casi sin más opciones o respuestas que la propia constatación. La existencia de algo como un Comité de Instrucción Visual a principios del pasado siglo nos ilustra sobre algo que en principio parece desvinculado de él: nos muestra qué trampas se escondían tras las ideas, supuestamente progresistas, que suprimieron el castigo físico para trocarlo por la privación de la libertad cuando el estado debía impartir justicia: la voluntad de educar. Nadie puso en duda que dicho cambio suponía un avance moral, sin embargo, hubo que esperar demasiado para que Foucault nos advirtiera del espectro de posibilidades coercitivas que las nuevas prácticas humanizadoras abrían para la sofisticación del ejercicio del poder, que se diseminaba en mil y una formas, más complejas, más sutiles y, en el fondo, más alienantes. El estado ya no ejerce la tortura, sino que educa, a los condenados y a los inocentes.
La huella dactilar moderna, que comenzara como una de las grandes aplicaciones de la ciencia para el avance de las pesquisas policiales, encerraba la misma trampa que luego describiría Foucault con el panóptico. Ser vigilado es más útil que ser castigado. Que cada uno tuviera su particular huella dactilar con la que ser rastreado y vigilado era muy útil, pero más útil es que la visión sobre el mundo sea constreñida hasta la de un solo ojo, de modo que la voluntad pueda ser constreñida a una sola, la del estado. Esta visión nace en Leibniz que, como nos recuerda Foucault, con sus mónadas y su cálculo infinitesimal funda el método policial de la modernidad.
La exposición no solo muestra parte de esas fotografías de la Oficina Colonial británica, reelaboradas, reescritas para reorganizar a través de la ironía la idea de libertad visual, sino que abre el espacio a una extraña heterotopía temporal. Si este momento histórico es eminentemente heterópico y si un museo o una sala de exposiciones lo es por defecto como lugar donde convergen objetos de tiempos heterogéneos, la muestra que Furst_Ori despliega en la Corrala de Santiago lleva más allá la propia idea, conformando un espacio extrañísimo donde nos parece estar al mismo tiempo en una barraca de feria decimonónica y en una exposición posmoderna, en el siglo XIX y en el XXI, auspiciados en gran medida por piezas vinculadas al siglo XX.
Desde el Centro Guerrero recomendamos visitar su espacio durante las siguientes dos semanas. Los 80 metros cuadrados están a menudo vacíos, con sus piezas iluminadas y el subyugante vídeo al final murmurando el lamento de su cárcel a través de los proyectores, lo cual genera una sensación muy extraña cuando uno sale de allí y se imagina desde otro lugar el espacio que acaba de visitar: todo su despliegue visual y sonoro funcionando para nadie, en medio del Realejo, como un corazón agónico y aislado del resto del cuerpo. Si antes de salir el espectador se sienta en la butaca para mirar con la lupa la mesa que hay en el centro, y lo que contiene, podrá convertirse en una extraña mezcla de Huysmans, Sherlock Holmes y serial killer contemporáneo (y degustar así cómo sería una genuina práctica burguesa domesticada bajo un cristal verdaderamente underground).
Entrar en Comité de Instrucción Visual es como entrar en un sarcófago donde se encuentran los restos de la Ilustración. Un cadáver diseccionado, de donde nacimos todos y que nos muestra, a través de sus vísceras conservadas en formol, que en realidad su funcionalidad no estaba al servicio de que el ciudadano viviera en libertad, excepto si esta era entendida como algo claramente limitado, dirigido y vigilado. Vista así, la exposición funciona como una lección de historia. O de anatomía. O como una gran autopsia.
La exposición puede visitarse en la Corrala de Santiago hasta el 22 de febrero, de lunes a domingo. Horario: de 12h 14h y de 18h a 21h. Hay un pequeño catálogo con textos de Gabriel Cabello y Antonio Dafos, y con fotos de las obras a cargo de los autores y de Joaquín Puga.
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