No sé si David Armengol y Martí Manen han visto Locke, de Steven Knight. La película es un tour de force en la tradición de Rope de Hitchcock, que tantos retos ha inspirado a tantos y variados cineastas (otro experimento reciente en su senda, más próximo a nosotros, es Buried). Si hay algo que demuestra Ivan Locke, protagonizado por Tom Hardy, es que sí: se puede conducir mientras se habla por teléfono. De igual manera que se puede hablar por teléfono, y muy profundamente, callando, como demuestra Mario Levrero en La novela luminosa:
«Cuando hablamos por teléfono cae en esos largos silencios, lo que yo llamo “estar sismando”. No me resulta nada entretenido, pero me cuesta despedirme y cortar porque siento que ella necesita esa forma de comunicación; aunque no hable, me está comunicando su malestar, lo está compartiendo, a través de esos silencios. Procuro tener paciencia. Me enternezco. Cuando se deprime la percibo muy frágil, y de algún modo me hace bien que me llame aunque sea para comunicarme su silencio, que necesite compartir conmigo sus abismos»
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