El peligro al que nos aboca la estupefacción es la parálisis. Se puede producir el mismo tipo de disfuncionalidad cognitiva que le sobrevino al padre de Chi-Huei (en La ciudad feliz de Elvira Navarro) tras su paso por los interrogatorios de la policía. «Casi cualquier cosa que planteara una disyuntiva, un “Sí” o un “No”, requería un posicionamiento explícito. Por ejemplo, “¿Puedes ir a la cámara y ver si hay suficientes pollos?” planteaba una libertad mínima de ir o no ir a la cámara frigorífica, y su padre dejaba de entender lo que le estaban preguntando. Había que decirle lo siguiente: “Ve a la cámara y cuenta los pollos”, y entonces su padre iba a la cámara y contaba los pollos, pues no tenía elección, y además sabía lo que suponía intentar decidir no ir a la cámara, y cuanto más lo sabía, con más prestancia iba. El sufrimiento de su padre era palpable y heroico, pues no pocas veces intentaba decidirse, perdiendo el sentido de lo que se le había dicho. Entonces hacía esfuerzos titánicos al suplicarles: “He dejado de entender. Dímelo de otra forma, por favor”.»
Nos puede hacer carne de cañón.
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